El pueblo estaba tan escondido de la civilización que si hubieran seguido las indicaciones del GPS nunca hubiesen llegado. Uno de los coches fue guíado por el camino del norte, el otro tenía otro modelo que lo llevó por el noreste, y solo llegaron al pueblo porque con la humedad la tecnología falló, uno giró a la derecha antes de tiempo, y el otro cogió un desvío comarcal creyendo ver la torre de la iglesia.
Llegaron a la vez a la entrada del pueblo sin ver señales de vida, excepto el perro de la curva. No era pariente de la chica de la curva, pero también tenía
un cometido importante. Era el perro que indicaba donde estaba el
parking. Era un perro de una educación exquisita, que al pasar por delante estiraba las patas delanteras y todo él se estiraba en una reverencia que te hacía sentir un gran visir.
En el pequeño pueblo, las grandes piedras de los muros susurraban catalán medieval, pero el silencio era el dueño del lugar, no se oían coches, ni pájaros cantando, por un instante parecía un pueblo fantasma, iluminado en amarillo en una agradable tarde de primavera.
Era un pueblo pequeño, pero mientras paseaban contaron ocho restaurantes, alguno puerta con puerta, seguro que compartían la cocina. Era un pueblo silencioso, pero cuando ellos llegaron ya no hubo sino risas y bromas en voz alta. Era un pueblo pequeño, pero algunos se perdieron buscando la iglesia, no recordaban las calles y callejuelas por las que habían pasado y sus móviles, por ser un lugar fuera del tiempo, se asombraron, y todos sabemos que cuando un móvil se sorprende pierde la cobertura.
Donde estaban no había a quien preguntar, el cura de la iglesia debía estar de viaje, no pasaba ningún coche, y extrañamente no había restaurantes cerca. Pero en la otra parte del pueblo estaba Miquel, un tipo risueño que daba el perfil de un "conseguidor", y que hizo honor a ello indicando a unos donde se habían perdido los otros. Así que los unos y los otros se encontraron, y después de agradecer a Miquel su gran ayuda, se sentaron en la terraza de un bar de la plaza a tomar unas cervezas, unas patatas y unas aceitunas. No volvieron a ver a Miquel en toda la noche, unos dijeron que se habría perdido, otros que le habían visto desaparecer en una gran piedra de la calle mayor.
El resto de la tarde, la noche y parte de la madrugada no puede ser contado haciendole justicia porque hay cosas que solo se entienden si las vives, las respiras y las sientes vibrar en tu pecho. Cada minuto fue mágico y genial, gracioso y cariñoso. Cenaron platos diversos a cual más delicioso (hummus y toro con wasabi y gambas a la miel y más, muchos más). Volvieron a pasear por las calles de piedra, que ya no susurraban en catalán medieval sino que escuchaban a los paseantes, maravilladas de sus risas, de sus anécdotas y de la felicidad que transmitían en cada palabra.
La madrugada acabó entre gintonics y un agua sin gas, viendo danzar lucecitas verdes y rojas en las medievales piedras del local de copas, riendo de todo y de nada, hablando de lo humano y lo divino, es decir, siendo y viviendo, no necesitas más si estás en la compañía adecuada.
Cuando salían del pueblo, se encendieron de nuevo los GPS, los móviles recuperaron el aliento y con ello la cobertura. Mientras se alejaban, el perro de la curva les ladraba un sentido ¡Adiós, volved pronto, ya os echo de menos!, estirándo sus patas delanteras en una reverencia emocionada.
hay que volver a ese pueblo, y dejar lo móviles junto al perro, para que nunca más se sorprendan
ResponderEliminarEl problema será volver al pueblo ese..., ya no aparece en Google Maps..., y olvidaron pedirle una tarjeta al perro.
Eliminar