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lunes, 5 de marzo de 2012

Lujuria zombie...


En la tarde del segundo día, al caer el sol, me convertí en un zombie por convicción.

Cuando la infección empezó, el día antes, solo afectó a unos pocos trabajadores del puerto. En sólo tres días, la ciudad del medio millón de almas pasó a ser la ciudad del medio millón de zombies, porque se reproducían más rápido que los conejos.

En el segundo día, en cada esquina, en cada portal, en cada coche, mirases donde mirases, había una pareja de zombies en pleno frenesí sexual, dándose y tomándose en formas que ningún humano fue capaz de soñar, alcanzando las más altas cotas de placer, de éxtasis, convirtiendo al sexo tántrico en algo simple.

Reconozco que siempre he sido un poco voyeur, y un poco precoz también, a los 8 años disfrutaba como un sátiro (enano, pero sátiro), espiando desde la cocina las contorsiones que hacía mi canguro, Mari Jose, con su novio, Pedro, en el sofá de mi casa, todos los viernes por la tarde. Ver como se le endurecían los pezones a la canguro era algo excitante, y los jadeos contenidos que ella iba soltando me ponían palote (unos compañeros de colegio me habían dicho que así se llamaba a lo que pasaba, y vaya si tenían razón). 

Desde donde yo espiaba era imposible ver más abajo de sus tetas, así que acabé desarrollando una febril imaginación a partir de lo que escuchaba y de cómo se movían. Parecía que por debajo de las tetas existía un lugar muy cálido y a la vez húmedo, porque Mari Jose susurraba "estoy más caliente que el asfalto de Georgia", y Pedro respondía "estás mojada, mis dedos chapotean". Lo que yo escuchaba era realmente un chapoteo, y cada chap y cada chop iban seguidos de un gritito corto de Mari Jose, y cada dos o tres chaps y un chop ella repetía "no pares!, no pares!", y veías el brazo de Pedro moverse como quien dirige con sus manos un allegro vivace que pasa a un ritardando y acelera a un presto y acaba con un allegro con fuoco, que música más sublime, que intensidad!.

Pero dejémonos de recuerdos de juventud, a ver..., que me centre..., ah..., sí..., estábamos en el segundo día de la infección zombie y ya teníamos claro que más temprano que tarde ibamos a ser todos como ellos. Muchos se suicidaban ante la idea de volverse carne putrefacta y con colgajos por todos los lados, aunque ya antes de los zombies todos llevábamos colgajos bajo la camisa y quien más quien menos ya estaba algo podrido, algunos de dinero, otros de envidia.

En mi caso, el segundo día por la tarde, cuando el sol ya se despedía y llamaba a su amiga la luna, en ese preciso momento, sufrí una epifanía de las que hacen historia (de las que hará historia si alguna vez se encuentra este relato), y decidí que quería ser un zombie.

Iba caminando por la Gran Vía, con paso apresurado para evitar que nadie saliese de ninguna esquina (por nadie se entiende zombie, ni los ladrones ni los asesinos ni las bandas latinas se atrevían a salir al caer el sol) cuando los ví, en la esquina con Balmes, en el suelo, retozando como si el mundo se acabase ese mismo día.

Ya sé que la palabra zombie os trae imágenes poco agradables, pero creedme, no es así. Algo pasó en la infección zombie (o tal vez fue mi imaginación) pero el espectáculo que presencié fue de cinco rombos por lo menos, y fue a la vez bello y mágico.

El zombie tocaba los pezones de la zombie con suave dureza, presionando y pellizcando, y luego rozaba con sus dedos las aureolas, acercándose a los pezones pero sin tocarlos. Después usaba su boca y dejaba que sus labios rozasen el pezón izquierdo, el más grande y más sensible, y lo besaba, y lo cogía entre sus labios, y luego lo ponía entre sus dientes, con suavidad, mordisqueándolo, mientras pellizcaba el derecho a diferente ritmo, suave, fuerte, suave, suave, fuerte. 

La cara de la zombie era de arrebato, echaba la cabeza hacia atrás para acercar más los pechos, y en el placer que sentía necesitaba unirse a su compañero, con sus manos acariciaba todo su cuerpo, primero las manos sobre sus pechos, apretándo con él los dedos hasta donde podía aguantar, luego la cabeza para sentir con él lo que ella estaba disfrutando, luego el cuello, y los hombros, y el pecho y seguidamente el ombligo y más abajo, donde la zombificación había conseguido un estado de permanente erección sin una pérdida de sensibilidad.

Las manos de ella subían y bajaban por el tallo, suavemente con una mano pero sujetando la base con la otra, deteniéndose en el glande y jugueteando con un par de húmedos dedos en el frenillo. A ratos, un par de dedos presionaban el escroto e incluso se aventuraban más allá, y el zombie perdía entonces el norte y dejaba de mordisquear los pezones y de besar los pechos, y disfrutaba su momento.
La excitación del momento (compartida por mi que, como de niño, volvía a estar palote), dio lugar a una salvaje acometida de la zombie, que tumbó a su compañero, dejándo visible el enhiesto miembro, sobre el que se sentó con urgencia, y sobre el que realizó unas contorsiones brutales, arriba, abajo, rápido, rápido, lento, ahora en círculos, ahora un ocho, adelante y arriba, atràs y abajo, nunca pensé que nadie pudiera moverse así, hasta que me dí cuenta que era producto de la zombificación, nada limitaba sus movimientos.

Cuando estaban extenuados en el suelo, descansando, tomé la decisión, me acerqué a la zombie, y extendí mi mano derecha con la palma hacia arriba, y ella extendió la suya con la palma hacia abajo, y me acerqué aún más, y ella puso su cara cerca de la mía, y su boca cerca de la mía, y me mordisqueó el labio inferior, y luego se acercó a mi oreja, y sopló cálidamente, me mordió el lóbulo, y mientras yo me ponía palote y temblaba de la anticipación ella me desgarraba el pecho arrancándome las entrañas y depositando en ellas la infección zombie..., nunca tuve un orgasmo más potente que ese, al menos siendo humano.

2 comentarios:

  1. Entre medio de toda la historia escucho la inmortalísima 'Thriller' del zombie más famoso de la tierra

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    1. Alguna influencia hay, seguro..., pero todo fue una excusa para hablar de Mari Jose, la canguro :-)

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