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martes, 15 de diciembre de 2020

El Grinch que se volvió azul


El Grinch era una criatura peluda y gruñona con un corazón "dos tallas encogido", un zapato demasiado apretado y un tornillo mal ajustado, que vivía en una cueva en lo alto de una montaña de 3000 pies al norte de Villaquién, el hogar de los felices Quien.

La ciudad de Villaquién se encuentra en una mota de polvo, encima de una flor de trébol según unos, dentro de un copo de nieve según otros. Pero en realidad ambas son pistas falsas dejadas por agentes de la TSG encargados de evitar que alguien les encuentre.

Puede que os preguntéis como sé que son pistas falsas. Puede que no os lo preguntéis porque os la refanfinfla. Puede que nadie llegue nunca a leer esto. Así que no sé qué narices estoy haciendo. Pero me aburro después de la siesta, hace frío, y pensé que quizás valía la pena contar la historia.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Os decía que el Grinch era un cascarrabias. Un gruñón de color verde, pero no de un bello verde lima, ni del verde de una manzana ácida, ni del luminoso verde de algunas especies de rana, no, era un sucio verde oscuro. Tan gruñón era que el propio color verde se ocultaba de él mismo y muchas veces aparecía como un peludo bicho de color gris. Vamos, una criatura de lo más desagradable.

Pues el Grinch, que en realidad se llamaba Paco, odiaba. Lo odiaba todo, el sol por las mañanas porque lo despertaba, la luna por las noches porque lo desvelaba, los árboles de Villaquién cuando salía de su cueva, el cantar de los pájaros en la mañana, el susurro del viento o el silencio cuando no hacía viento.

De todas las cosas que Paco odiaba, lo que más, lo que más, odiaba a los niños, en especial cuando estos se ponían a jugar. Y de los juegos de los niños, lo que peor llevaba era cuando jugaban la mañana de Navidad, después de abrir los regalos en los calcetines colgados en la chimenea y los que había bajo el árbol iluminado.

Así que se ponía gris depresivo y luego verde, un verde que en el fondo vosotros y yo sabemos era de envidia, por no poder sentir lo que sentían los niños, porque su corazón era dos tallas menos y su sangre no le regaba el cerebro, con lo que su cerebro pensaba lo justo para no ser un vegetal, y su corazón no daba para sentimientos salvo el odio a todo.

La noche antes de Navidad Paco se montó en su trineo y bajó de la montaña hasta la ciudad a robar todo lo que hacía que la Navidad fuese alegre. ¡Así, solo por dar por saco!

Se llevó los regalos dejando una nota en los calcetines que ponía “¡Aquí había un regalo fantástico, lo acabo de quemar!”, no se llevó la comida que había en la nevera, pero la dejó abierta para que todo se pusiera malo, se llevó la leña de las chimeneas, echó miel y harina en las sábanas de todas las camas, vamos, una diversión de odio que le hacía reír a cada rato, con una risa sarcástica y odiosa que no hace falta describa porque la estáis escuchando ahora mismo.

Al llegar a la última casa al sur de la ciudad, Paco entró con la misma idea, la de robar los regalos, dejar abierta la nevera, llevarse la leña y echar miel y harina en las camas.

Pero al entrar en la cocina se dio de bruces con una niña, y eso lo cambió todo.

Por exigencias de confidencialidad firmadas con la agencia TSG no os puedo decir quién era la niña, ni siquiera su nombre, así que la llamaremos Katiuska porque la sonoridad me gusta y como soy yo el que cuenta la historia tengo ese derecho.

Dejadme que os explique por qué motivo Katiuska lo cambió todo. Mientras Paco era un ser verde-gris que lo odiaba todo y tenía un corazón dos tallas menos, ella era un ser de un bello color azul que no sabía otra cosa que amar y tenía un corazón tan grande que ocupaba todo su cuerpo desde el cuello a los pies.

Lo que pasó ese día se convirtió en leyenda, y fue algo en apariencia sencillo, a la vez mágico, casi imposible pero inevitable. La niña miró a Paco con unos ojos de un verde casi transparente, en realidad le miró desde su alma, y los negros ojos de él vieron ese abismo de amor inmenso, y su corazón colapsó, palpitó y empezó a crecer.

Cada dos latidos su corazón temblaba y entonces crecía un poco más, al cabo de un minuto y medio ya era de tamaño normal. Pero la niña seguía mirándolo desde su alma, y Paco seguía con el corazón creciendo y bailando samba, aunque no sabía.

Hasta que su corazón fue tres veces mayor, y ya no le apretaban los zapatos.

Entonces Paco emitió un suspiro, después un gemido que se convirtió en lágrimas, y empezó a llorar todo lo malo que llevaba dentro, cada dos sollozos y medio le daba un hipo, y luego de un par de hipidos la niña le sonrió, y Paco dejó de tener hipo y pasó a llorar a la vez que reía, y cada vez reía más, aunque hubiese lágrimas, y pronto las lágrimas ya no le quemaban, sino que eran dulces, y llorar estaba bien.

Entonces el verde-gris de su piel se convirtió en un luminoso azul, y sus ojos negros cambiaron a un adorable color avellana. Su sonrisa sarcástica cambió a una sonrisa dulce. Su pose encorvada y torcida paso a ser erguida y equilibrada.

Esa misma noche devolvió todos los regalos y la leña, arregló todas y cada una de las neveras, llevó comida a todo el mundo, y lavó las sábanas de todas las camas de todas las casas. Desde esa Navidad Paco ya no quiso le llamasen Paco “el Grinch” sino Paco “el Blues” porque al convertirse en un ser azul descubrió la belleza de esa música melancólica que te llega al alma cuando la tienes abierta al amor.

lunes, 2 de noviembre de 2020

¿En tu universo o en el mío?

UNO

Orbita a 340 km de la Tierra, año 2020, 22 de octubre, 22:02 GMT

El capitán de la estación espacial StarGazer se despertó con el suave sonido del mar de su implante lobular y la ligera vibración del futón donde dormía, mientras las tenues luces de seguridad de su camarote variaban su color del verde al azul. Al girarse y levantar su vista al techo se iluminó el UltraVid y la sonrisa más bella de la galaxia le saludó sobre el fondo azul turquesa del mar frente a su casa de la playa.

—Ola k ase? —le susurró Enya, sus ojos azules mirando por encima de unas gafas Teashades con semblante pícaro.

—Anda, no me seas rarita, quítate esos vidrios a lo Lennon que aún te queda pa disfrazarse —rió Aidan, aunque la imagen lo puso de forma inmediata en estado de excitación, bastaba su sonrisa, como le ponía ojitos, y perdía del hilo de lo que estuviera haciendo, era una suerte que él no fuese el piloto de la nave, sino se estampaba contra algún asteroide.

—No me digas que no te gusta verme con gafitas, nene, que siento en mi cómo te gusta, que el Sense2Gether funciona incluso contigo en órbita —la sonrisita de Enya mostrando los dientes decía que así era, el brillo de sus ojos decía que le parecía genial conseguir ese efecto en su chico, y la lengua asomando decía que si estuvieran cerca la cosa se iba a poner pero que muy intensa, y sentir cómo él se excitaba con tanta fuerza la llevó al mismo estado en un instante. Esa excitación le llegó de vuelta a Aidan a su cuerpo, palmo y medio más abajo de la boca de Enya había dos puntos enhiestos y duros como el diamante que endurecieron los de Aidan, un palmo por debajo del ombligo un calor húmedo envolvió la dureza de su entrepierna, las orejas se encendieron calentando las de Aidan hasta casi doler, y un escalofrío de placer recorrió sus columnas al unísono.

—Me vas a quemar el aparato —dijo Aidan, añadiendo—: mejor dicho, los dos, el Sense2Gether y "el otro".

—Suerte que vuelves en pocos días, nene, que por mucha conexión por el 2Gether ese necesito tu piel junto a la mía —susurró Enya con esa voz grave y cantarina tan seductora— así que haz los experimentos esos que me contaste y arreando pa casa, ¿vale?

—¡Señora!, ¡Sí, Señora!, vuestros deseos son órdenes para mí, el alto mando científico de la flota no podrá negarse a dejarme ir, aunque solo sea porque le diga que su hija así lo desea, jajajajajaja —la carcajada de Aidan se juntó con la cantada risa de Enya.

—Capitán..., capitán... —una voz con cierta premura se coló en sus oídos por encima de las risas, Aidan reconoció a la teniente Fiona.

—Dígame, teniente —contestó Aidan incorporándose mientras mandaba un beso a su chica y desconectaba el UltraVid.

—Estaremos en posición de intercepción de la miniluna 2020 SO en unos minutos, señor —informó Fiona.

—Me dirijo al puente en estos momentos —respondió Aidan mientras salía de su camarote.

Según Aidan entraba en el puente de mando, la miniluna entraba en el campo de visión de la proa y sorprendía a todos por no ser lo que esperaban, un asteroide errante que había capturado la Tierra una semana antes, entrando en el punto exterior de Lagrange L2 para salir por el punto L1. 

Lo que vieron fue un ¡WTF! en toda regla (la expresión PQC nunca llegó a cuajar), un "Pero ¿Qué narices es esto?", cuando vislumbraron algo que era metal picoteado por los micro meteoritos y no roca.

—Al final tenía razón el tipo ese del JPL —soltó la teniente Fiona con sorpresa— esto debe ser el Surveyor 2; pero no es posible, si se estrelló hace... cuánto hace, era septiembre de 1966 si mi memoria no me falla y nunca me falla.

—Fiona, si me dices el día y la hora te libras de la guardia de esta noche —rió Aidan, aunque sabía que ella se lo diría con precisión casi quirúrgica.

—El 22 de septiembre de 1966 —recitó con los ojos mirando arriba a la izquierda como siempre hacía al recordar —a las 9:35 UTC, se perdió el contacto por un fallo en la corrección del plan de vuelo.

—Ya, pero se estrelló en la Luna, qué diantres está haciendo aquí, ¿dando un paseo? —Aidan estaba sorprendido.

En ese momento empezaron a crepitar los comunicadores del puente, mientras la miniluna se iluminaba primero con tonos rojizos, luego con tonos azules, fluctuando, parecía como si creciera y se encogiera con cada latido, algo imposible. Los sensores de la nave se volvieron locos, como si ese satélite estuviera ejerciendo una atracción gravitatoria imposible para sus dimensiones.

—Capitán, lo que sea "eso" que tenemos delante está tensionando la estructura de la nave, y no podemos salir de su influencia ni con la potencia a máximos —la voz de la jefa de la sala de motores, Brianna, era tensa como una cuerda de guitarra antes de romperse.

Entonces, además del baile de luces rojas y azules, lo que fuese aquello, viniese de donde viniese, empezó a girar sobre su eje a tal velocidad que mareaba, hasta que tanto sus tres patas en trípode como el cuerpo de la nave se difuminaron en una especie de esfera muy brillante, dolía mirarla incluso tras los deflectores del puente.

—Esto empieza a no gustarme un pelo —las voces de Aidan y Fiona expresaron miedo al unísono, mientras el resto de la tripulación se miraba y se ponía nerviosa al ver que sus mandos no controlaban la situación.

A las 22:22 GMT del 22 de octubre de 2020, la miniluna 2020 SO dejó de fluctuar en rojos o azules, y emitió un destello en blanco, tras lo cual la nave StarGazer pareció temblar y desapareció de la órbita con un parpadeo.


 

DOS

Orbita a 340 km de la Tierra, año 2020, 22 de octubre, 22:01 GMT

La capitana de la estación espacial MoonShine se despertó oliendo la lluvia sobre la tierra arcillosa, que al irse centrando se convertía en el sonido de lluvia que reproducía su implante lobular para facilitar su despertar. Adara "la rara" la llamaban en la escuela, algo que aún recordaba con cierto regusto amargo. ¿Qué culpa tenía ella? La sinestesia era algo natural en su vida, desde siempre saboreaba el dulce azul, el salado amarillo, las notas del piano olían a vainilla, las guitarras a canela, le encantaba el crepitar de las guindillas que su abuela echaba en los callos, solo la vista y el tacto se libraban, lo que era un suerte porque ya tropezaba más de la cuenta con sus dos pies izquierdos, como para sentir en su cuerpo todo lo que veía a su paso, abrazos, bofetadas o caricias.

—Aquí la Habana, te tengo ganas —la voz sonó en el techo con risa medio contenida y ella miró hacia arriba, viendo como Declan la observaba, seguro que desde hacía un buen rato. Declan le había contado que le encantaba mirarla mientras dormía, verla sonreír, darse la vuelta cuando soñaba en esos sueños que nunca recordaba salvo cuando dejaba pistas en su cuerpo y despertaba con una sonrisa de oreja a oreja.

Pos te quedas con las ganas, mi vida, que además de algo lejos "pa eso" tengo un conato de migraña que me llevará a oler a gasolina todo lo que me diga la tripulación, y no mataré a nadie porque esto ya forma parte de mí. —el tono de Adara era algo cansado, y no le gustaba nada tener que "enfriar" a su chico, pero entre la necesidad casi dolorosa de café y la jodida migraña la jornada iba a ser un problema.

—Oído, saco mi agenda, a ver que otra pelirroja me quiere ayudar con esto que tengo aquí que no se arregla solo —soltó Declan con sorna viendo como los ojos turquesa de Adara refulgían y las orejas se encendían a la vez que ponía una sonrisa de "pos te vas a enterar, listillo".

—Cariño mío, sabes que con un par de frases susurradas y medio cantadas te voy a poner cardíaco, así que no me provoques porque luego a ver como sales de detrás de la mesa y te pones a coordinar los trabajos en la oficina sin dar un espectáculo —Adara estaba disfrutando con ese juego y veía como Declan iba enrojeciendo. Por si fuera poco, el Sense2Gether le transmitía todo lo que él sentía, resultando en una retroalimentación que casi le quita la migraña de golpe al encender a su vez todos sus puntos sensibles, erizándole los vellos de la nuca, mientras un escalofrío recorrió su columna.

—Capitana..., capitana...—una voz de tenor interrumpió su excitación y se coló en su oído —era el teniente Brendan.

—Dígame, teniente —contestó Adara mientras lanzaba con la mano un beso a Declan y desconectaba el UltraVid.

—Estamos a pocos minutos de la miniluna 2020 SO, Señora —informó el teniente Brendan.

—Me dirijo al puente en estos momentos —respondió Adara mientras salía de su camarote.

Adara entraba en el puente de mando cuando la miniluna entraba en el campo de visión de la proa y sorprendía a todos por no ser lo que esperaban, un asteroide errante que había capturado la Tierra una semana antes, entrando en el punto exterior de Lagrange L2 para salir por el punto L1. 

Lo que vieron fue un ¡PQC! en toda regla (la expresión WTF nunca llegó a cuajar), un "Pero ¿Qué narices es esto?", cuando vislumbraron algo que era metal picoteado por los micro meteoritos y no roca.

—Al final tenía razón el tipo ese del JPL —soltó el teniente Brendan con sorpresa —esto debe ser el Surveyor 2, pero no es posible, si se estrelló hace... cuánto hace, era septiembre de 1966 si mi memoria no me falla y nunca me falla.

—Brendan, si me dices el día y la hora te libras de la guardia de esta noche —rió Adara, aunque sabía que él se lo diría con precisión casi quirúrgica.

—El 22 de septiembre de 1966, —recitó con los ojos mirando arriba a la izquierda como siempre hacía al recordar— a las 9:35 UTC, se perdió el contacto por un fallo en la corrección del plan de vuelo.

—Ya, pero se suponía se estrelló en la Luna, qué diantres está haciendo aquí, ¿dando un paseo? —Adara estaba sorprendida, y aunque la migraña le seguía dando por saco, la situación le puso en estado de máxima atención.

En ese momento empezaron a crepitar los comunicadores del puente, mientras la miniluna se iluminaba primero con tonos azules, luego con tonos verdosos, fluctuando, parecía como si creciera y se encogiera con cada latido, algo imposible. Los sensores de la nave se volvieron locos, como si ese satélite estuviera ejerciendo una atracción gravitatoria imposible para sus dimensiones.

—Capitán, lo que sea "eso" que tenemos delante está tensionando la estructura de la nave, y no podemos salir de su influencia ni con la potencia a máximos —la voz del jefe de la sala de motores, Brian, era tensa como una cuerda de guitarra antes de romperse.

Entonces, además del baile de luces azules y verdes, lo que fuese aquello, viniese de donde viniese, empezó a girar sobre su eje a tal velocidad que mareaba, hasta que tanto sus tres patas en trípode como el cuerpo de la nave se difuminaron en una especie de esfera brillante, dolía mirarla incluso tras los deflectores del puente.

—Esto empieza a oler muy mal —las voces de Adara y Brendan expresaron miedo al unísono, mientras el resto de la tripulación se miraba y se ponía nerviosa al ver que sus mandos no controlaban la situación.

A las 22:22 GMT del 22 de octubre de 2020, la miniluna 2020 SO dejó de fluctuar en azules o verdes, y emitió un destello en amarillo, tras lo cual la nave MoonShine pareció temblar y desapareció de la órbita con un parpadeo.


 

TRES

Orbita a 340 km de la Tierra, año 2020, 22 de octubre, 23:22 GMT

La nave StarGazer apareció en la órbita terrestre como de la nada, después de haberse desvanecido una hora. Aidan parpadeó intentando hacer desaparecer los destellos que seguían en su retina.

La nave MoonShine apareció en la órbita terrestre como de la nada, después de haberse desvanecido una hora. Adara parpadeó intentando hacer desaparecer los destellos que seguían en su retina.

Enya llamaba por el UltraVid preocupada por la desaparición de la nave.

Declan llamaba por el UltraVid preocupado por la desaparición de la nave.

Aidan conectó el UltraVid suponiendo sería su chica.

Adara conectó el UltraVid suponiendo sería su chico.

—¿Tú quién coño eres? —soltó Aidan al ver la cara de un tipo de piel oscura donde esperaba ver a su chica.

—Lo mismo digo, que se ponga Adara —respondió Declan al ver la cara de un rubio de ojos azules donde esperaba ver a su chica.

Mientras tanto, en el universo de al lado, Adara y Enya se miraban como alucinando, dos pelirrojas casi idénticas, una con ojos azul turquesa, la otra con ojos verde turquesa, ambas con una nariz risueña y un pequeño lunar.

Dentro de la nave Surveyor 2, porque solo había una, Za’tziel, un habitante del quinto planeta del tercer sol de la constelación de Ofiuco reía con sus tres bocas y lloraba de risa con sus doce ojos, sintiendo la sorpresa reinante en ambas naves mientras las comunicaciones con la Tierra, con la otra Tierra, se llenaban de palabrotas en todos los idiomas: ¡Bozhe ty moy!, ¡Herregud! ¿Qué carajo? ¿What the hell?


sábado, 31 de octubre de 2020

Samhain en un año raro

El día de Samhain, a las 8 de la mañana, Shamrock López abrió los ojos, extrañado por despertar tan pronto ya que era sábado y había estado con su chica hasta las 3 AM. Más extraño aún era el hecho de no estar nada cansado ni con dolor de cabeza, ni le dolía el hombro derecho por dormir de ese lado con el brazo bajo la almohada, ni le dolía el dedo gordo del pie izquierdo, ni siquiera sentía la
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Samhain en un año raro

El día de Samhain, a las 8 de la mañana, Shamrock López abrió los ojos, extrañado por despertar tan pronto ya que era sábado y había estado con su chica hasta las 3 AM. Más extraño aún era el hecho de no estar nada cansado ni con dolor de cabeza, ni le dolía el hombro derecho por dormir de ese lado con el brazo bajo la almohada, ni le dolía el dedo gordo del pie izquierdo, ni siquiera sentía la vieja herida de la rodilla de cuando de niño, al cruzar pa subir al coche que lo llevaría a la escuela, se dió contra el asfalto dejando casi visible la rótula.

Pero como últimamente le pasaban cosas de lo más curioso, como si alguien en las alturas jugase con él al mus con cartas de póker, no se pre-ocupó, se levantó, se desnudó, se pesó, y preparó el café mientras se vestía, aunque con el calor que hacía no hubiera hecho falta, excepto por los vecinos de la parte trasera del edificio.

En cuanto salió a la calle, Shamrock López sintió algo raro en el ambiente, a pesar de llevar mascarilla "de las buenas" el aire le olía raro, como a sándalo y humo, la luz del sol era mortecina, y la brisa susurraba aunque no se entendía bien lo que decía. <<Que cosas más raras para un sábado>> se dijo mientras entraba en la ferretería a por silicona para arreglar una fuga de agua.

Al entrar, Shamrock presenció algo que le volvió a encender las alarmas de rareza, un viejete vestido de azul y con cara de pitufo gruñón le gritaba a la pobre cajera "Quiero que me deis una nueva sierra, que esta se me ha roto! Cómo que tengo que comprar otra? ¿Ya de paso también compro otro bastón, no? ¡A la mierda!", y agarrando un carrito lleno de bolsas que supuraban cierto líquido pardusco salió con la sierra rota en la mano, una sierra que parecía tener algo enganchado en la zona de corte, aunque no se veía bien que era.

Al salir con la silicona y de camino al super, Shamrock se cruzó con un par de niños que mientras se acercaban parecía iban disfrazados de esqueletos, pero al estar a un metro vió con ¿sorpresa? ¿horror? ¡ojiplático! que los huesos que se les veian no estaban pintados ni era un disfraz. ¡Eso era imposible! <<¿Le puse azucar al café o era otra cosa?>> se preguntó mientras llegaba al super.

Al entrar al super la cosa empeoró, todas las cajeras llevaban medio rotos los pantalones y las mangas del uniforme, y las cicatrices de sus brazos y su cara goteaban sangre, porque aquello no podia ser salsa de tomate, demasiado densa, rojo granate. Pero eso era imposible, ¿que narices estaba pasando?

Apresurándose para volver a casa, Shamrock tropezó, cayó en plancha en la calle, y desde el suelo vió llegar el autobús del barrio a toda velocidad, pitando porque no podría frenar a tiempo. Viendo pasar toda su vida en un instante, sobre todo el último mes, que lo otro no era demasiado relevante en comparación, se encomendó a las Diosas esperando no sentir dolor.

Un rato más tarde Shamrock López abrió los ojos, seguía en el suelo, con la pierna derecha en uve y sin zapato, con el brazo izquierdo doblado por tres sitios, una oreja medio colgando, y algo metálico le atravesaba a la derecha del ombligo. Pero a pesar de ello no sentía dolor, ni sentía miedo, y estaba en paz consigo mismo, porque finalmente el dolor, la rabia y la inexplicable angustia que en los últimos tiempos le impedía hasta comer habían desaparecido del todo.

¡Qué más daba tener huesos rotos, la pierna en uve, y una oreja colgando!, ¡Si era feliz todo lo demás era superfluo!.

Ola, eh bolbido, y solo han pasao 7 años

 Poseso que dise el titulito, Ai em bak, pipol, stepping out from the quantum void

Después de 7 años de mala suerte sin haber roto ningún espejo (al menos no de forma consciente) con un bloqueo escritoril de los de agárrate y no te menees que si te meneas te mareas y no hay biodramina pa tanto meneo, he recuperao la ilusión, las ganas, y aunque con pasitos tímidos para no pegarme una hostia de antología, vuelvo a pasarme por aquí, saco el polvo a la página que la pobre estaba muerta de asco y de tristeza, y hago propósito de enmienda y de intentar recuperar viejas y buenas costumbres.

No espero que esto sea un "eh, pero si tienes hasta club de fans, pásate a firmar", porque aún me duele la hostia por la cual dejé de escribir (otro día os cuento), que coño, si hasta dejé de leer, aún tengo un libro que compré un domingo en un SuperCor junto a una coca-cola y el pan que sigue ahí, sin leer, y creedme que para alguien que debe haber leído muchos centenares libros y se los tragaba a uno por semana mínimo eso es signo de "debacle nivel dios".

Pero no lloréis, que esto es el pasado, y ahí se quedará.

Esta entrada es solo un "ya he bolbido, ya toi aki otra ves", y después de eso colgaré un relatillo cortillo que me vino a la mente esta mañana por ser hoy el día que es.

Ni idea de si esto lo leerá alguien, en realidad este blog siempre fue como mi propio diario en la nube, y así es como debe ser y si alguien nota mi vuelta pues gracias por recordarme.

Salu2,
Yo (si, yo, no otro, yo)

viernes, 25 de enero de 2013

El tipo del metro (II)


El tipo arrugado del metro dejó de aparecer por allí, dejándome con cierta preocupación por mi salud mental, ya que si me lo había imaginado todo estaba como un cencerro de medio kilo.

Las turistas japonesas, diferentes pero iguales, seguian haciendo fotos a cualquier cosa, hasta a las máquinas de billetes de metro, quizás por una concepción oriental de que todos somos uno con todo, quizás porque llevaban cámara digital y les daba igual hacer cien que doscientas fotos. De turistas rusas se veian menos, no debia ser temporada. De la temporada de botas mejor no hablamos que me pongo malito solo de pensarlo.

El tipo delgado del metro no volvió a aparecer por allí, ese hombre huesudo y arrugado que habia hecho un salto en el espaciotiempo para cambiar de anden, sin moverse de su banco, dormitando y con la cabeza colgando, había desaparecido sin dejar rastro.

Pero el universo ya habia lanzado sus dados, aunque yo aún no tenia ni la más remota idea hasta que me acerqué a la pared y vi la foto del tipo arrugado sentado en un banco del metro. ¡Era real! ¡Alguien le habia sacado una foto! ¡No estaba loco! Debajo de la foto una nota decia: "Si tu también lo viste llámame al 636868458".

Mi relación con los teléfonos es algo especial: cuando sonaba en casa tanto mi padre como yo esperábamos que mi madre dejase lo que estuviera haciendo para ser ella quien lo cogiera porque..., a saber quien era y que queria, además llevábamos fatal hablar sin contacto visual, con pausas que no sabias rellenar, en fin, esas manias que todos tenemos.

Así que podeis suponer mi grado de alteración emocional ante la foto del tipo huesudo porque marqué inmediatamente el número y le di al botón de llamar. Por si ello fuera poco atrevimiento, cuando respondió una voz femenina, ¡No colgué! (sí, sí, reiros lo que querais, los timidos somos asi).

Su nombre era Nieves, y me explicó que ella habia visto desaparecer al tipo del metro y reaparecer al otro lado del anden. Quedamos para vernos esa tarde y seguir hablando del tema, ella habia hecho varias fotos y queria enseñármelas y que le explicase lo que yo había visto y sentido, estaba eufórica al saber que no se lo había imaginado. Al preguntar como la reconoceria me dijo que llevaría lo mismo que aquel dia, una blusa rosa palo, tejanos y botas. ¡Dios mio, era la rubia despampanante del metro! Inicio de taquicardia, balbuceos al teléfono describiéndome para que me reconociera, me despedí de ella antes de volverme gelatina y estuve a punto de decidir no presentarme a la cita, demasiada mujer pa mi (sí, ni siquiera nos conocíamos, pero es que no solo Spielberg hace peliculas).

Esa tarde me presenté donde habíamos quedado, en un bar cerca de Plaza Catalunya. Como odio llegar tarde, llegué demasiado pronto, así que me senté y pedí un cortado. Como ya no fumo intenté pasar el rato mirando a la gente, imaginándome su vida, es algo que normalmente me relaja y me divierte. Pero ese día los nervios los tenia a flor de piel, tanto por las fotos del tipo delgado y arrugado como por conocer a la rubia con botas.

Cuando llegó,me cogió por sorpresa, porque lo hizo por donde no miraba. Me saludó y al levantar yo la vista me quedé catatónico. El dia del metro estaba espléndida, pero desde entonces se había teñido de pelirroja, y la tenía delante de mi, cual duendecilla irlandesa, mientras mi neurona intentaba no soltar ninguna frase tonta. Claro que por no soltar frases tontas no dije nada y ella debió pensar "vaya sieso el tio".

Fue empezar a hablar del tipo del metro, a explicar lo que vi, lo que senti cuando desapareció en un anden y apareció en el otro, y de golpe puse los nervios en el bolsillo interior de la parka y me dejé fluir. Por un instante me vi a mi mismo desde fuera, y me gustó lo que vi, era mi yo real, pero no el que muchos veían, sino el interno, ese que muestras a unos pocos y siempre al cabo de mucho tiempo.

Las almas resuenan de formas inesperadas, y ella reaccionó con la misma fluidez, en poco tiempo el tipo del metro pasó casi a un segundo término, salpicando nuestras impresiones con notas de nuestra vida, desde mi fetichismo por las botas, que ella compartía además de haberse dado cuenta de mi mirada el día del metro, hasta lo que nos gustaba leer, comer, y beber, pasando por lo que nos hacía vibrar, reir y llorar.

Cuando apareció el camarero queriendo cobrar el cortado y el te rojo nos dimos cuenta que habían pasado casi cuatro horas y sin embargo solo hacía unos minutos que nos conocíamos. Unos minutos en los que casi sabíamos el uno del otro lo que muchos matrimonios no se han contado en lustros de rutina y silencio. Ese nivel de conexión es mágico, y no sé si es por generar adrenalina, endorfinas, serotonina o cualquier otra de esas cosas que fabrica nuestro cuerpo, pero me sentía de puta madre y a ella se le notaba sentía lo mismo.

Al levantarnos de la silla notamos que el cuerpo nos pedía movimiento, y nos fuimos a dar un paseo, por suerte el invierno estaba siendo como un otoño tardío, así que, aunque algo tarde, no hacía frio. Al ir a cruzar la calle, con el hombrecito en verde, ella no se fijó en un ciclista despistado que iba a su bola, y tiré de ella por el brazo para evitar se la llevara por delante. Con esa acción, sumada a la taquicardia del susto, acabamos mirándonos a pocos centímetros el uno de la otra, y tanto la otra como el uno sonreimos, y tanto el uno como la otra nos besamos. Primero con curiosa suavidad, pero luego ya notamos que la otra y el uno nos gustábamos, y el uno y la otra pasamos directamente a lo que se podría llamar "la fase del muerdo".

En un momento de parada para respirar y sonreirnos con los ojos, el hombrecito estaba de nuevo verde, la gente cruzaba y nos empujaba, asi que hicimos lo mismo y caminamos hacia la plaza, para poder sentarnos en uno de los bancos, porque estaba claro que los besuqueos y arrumacos iban a seguir un rato. Nos sentamos y nos abrazamos y nos besamos y pronto ambos metíamos las manos por la parka del otro, descubriendo el cuerpo del otro, tocando y palpando, presionando donde había que presionar, buscando el placer del otro y sabiendo que sería mutuo.

Nuestra excitación crecía por momentos, y solo el frío evitaba nos quitáramos la ropa alli mismo, mis manos pinzaban sus pezones y la hacían gemir mientras ella frotaba su mano en mi dureza de una forma tan salvaje que pensaba que acabaría por sacármela sin bajar la cremallera, si seguía así iba a durar poco, en ese momento todo lo que sabía del sexo tántrico se estaba yendo a hacer puñetas porque mi mente ya estaba a la temperatura en que las sinapsis se ponen a bailar break dance y el cerebro superior se funde y deja paso al mini-yo que hay bajo el cinturón.

Mientras una de mis manos buscaba su entrepierna y la otra seguía torturando su pezón más sensible, el izquierdo, me dispuse a morderle el lóbulo de la oreja y le aparté el pelo. Entonces me quedé quieto de golpe, dos dedos en uno de los pezones, una mano tocando su humedad, la boca cerca de su oreja, y mis ojos abiertos de par en par, fijos en el otro extremo de donde ella y yo nos estábamos pegando un repaso y calentándonos como un microondas.

En el otro extremo del banco, sentado, con la cabeza colgando a un lado, arrugada la cara más allá de lo que es posible arrugar nada, estaba ¡el tipo del metro! Ella y yo le miramos, luego nos miramos, asombrados; todavía abrazados, nos acercamos a él, y lo tocamos en el hombro, para ver si despertaba y podíamos saber quien era y que nos explicara lo del metro.

En ese momento hubo un destello de luz blanca que nos deslumbró, y cuando recuperamos la visión, solo estábamos los tres y el banco, el resto de la plaza no estaba, los edificios alrededor de la plaza no estaban, no había nada salvo nosotros y el banco, el resto era una nada de color gris uniforme por todos lados, casi te mareabas porque no sabías donde era arriba o abajo, aunque por suerte el banco y el tipo delgado eran un fantástico punto de referencia contra el que anclar nuestro miedo.

Luego vimos como la cabeza del tipo arrugado se movia, pasando de colgar sobre el hombro derecho a hacerlo sobre el izquierdo, y de nuevo la luz cegadora, y de nuevo tardamos un rato en volver a ver, y entonces ya no estábamos en la nada gris, pero tampoco en la Plaza Catalunya, sino en la Plaza del Sol, los tres y el banco, nosotros dos abrazados, aluciflipando en colorines, y el tipo delgado seguía dormitando, sentado en el banco, con la cabeza colgándole sobre un hombro.

jueves, 17 de enero de 2013

El tipo del metro

Eran las tres y cuarto de la tarde, todavía no había comido, y las tripas me rugían de manera irreverente mientras descendía del tren en Plaza España para dirigirme al metro y continuar a mi oficina. 

Mi caminar siempre ha sido rápido, incluso paseando parece que corra, en tiempos mi madre decía que mi ritmo era el de un legionario. Así que entre eso, el hambre, y que después de tantos meses me conozco bien el trayecto, caminaba con el piloto automático, sorteando a los lentos a mi paso, y solo reducía el paso si la lenta que me encontraba lo merecía (camino rápido pero no estoy ciego, y ya es temporada de botas).

Al llegar al andén de la linea roja, en la dirección que me llevaría a Urquinaona para hacer el trasbordo a la línea amarilla, caminé hacia el final del andén para poder entrar en los vagones menos llenos. Entonces me relajé y me puse a observar a la gente.

Cerca de mi había una pareja de turistas japonesas haciéndose fotos con el movil como si eso del metro fuese una exposición de arte. A pocos metros de las japonesas había dos chicas que tenían toda la pinta de ser rusas, y se sentaban en sus maletas frente a frente, sus caras sonreían y sus manos hablaban sobre caricias entre sábanas y desayunos juntas.

Entonces, al mirar más allá de las rusas, lo vi, y me llamó inmediatamente la atención. Era un tipo delgado, huesudo y arrugado, parecía que en el diccionario debía aparecer su foto junto a la definición de lo que es un tipo delgado, pero arrugado no le hace justicia, su cara era la arruga por si misma, hasta sus arrugas estaban arrugadas.

El tipo estaba sentado en uno de los bancos del andén, esos tan y tan cómodos, de madera pintada de marrón y esa forma que presuntamente es ergonómica aunque te deja siempre con un dolor de columna que a veces piensas si quien los diseñó tenía acciones en una clínica de quiromasajistas o su primo era traumatólogo y le pasaba comisión.

El tipo delgado y arrugado tenía las piernas cruzadas como solo las mujeres pueden cruzarlas, como solo los tipos huesudos de piernas delgadas pueden hacerlo. La pierna izquierda parecía estar completamente por encima de la derecha, como si se hubieran fusionado por la parte de la rodilla, formando una figura casi imposible.

La delgadez hecha hombre vestía un pantalon de tela gris claro y una cazadora negra de polipiel, ambos algo viejos y gastados, aunque con menos arrugas que quien los llevaba encima. Los zapatos eran marrones y con cordones, que no debían ser los originales porque eran negros. Los calcetines, blancos, estaban enrollados en los tobillos, dándo al conjunto un aspecto desequilibrado, confuso, desastrado.

Pero lo que me llevó a fijarme en él, más allá de su cara de pasa de Corinto, fue que la cabeza la tenía torcida hacia un lado, casi colgando en el aire, como si le hubieran roto el cuello. Su postura, tan incómoda, era la de una figura absolutamente inmóvil, como la de las estatuas humanas que hay en diferentes zonas de la Rambla.

No movía ni un músculo, a pesar de la incómoda postura, de toda la gente que pasaba a su lado o la que se sentaba en el mismo banco a esperar el siguiente metro. Una de las dos japonesas hizo una foto a la otra con la mano aguantando la cabeza colgante en plan "yo aguanto la torre de Pisa", y el tipo delgado ni se dio cuenta, siguió inmóvil.

Un movimiento rosa en mi visión periférica hizo que girase la cabeza para admirar lo generosa que fue la naturaleza con el cuerpo de una rubia. Primero vi llegar su personalidad, bien definida bajo una camiseta media talla menor a la que le tocaría, y un palmo más tarde llegó el resto de ella. ¡Ay! Ojalá fuera igual de fácil detectar a primera vista la densidad de neuronas y su estructura...

Entonces me giré y el tipo delgado, huesudo y arrugado, ya no estaba en el banco del anden en direccion a Urquinaona. Estaban las rusas con sus manos parlanchinas, las japonesas sacando fotos hasta de las máquinas de chucherias, el resto de habituales de la línea a esa hora, unas volviendo del trabajo, otras yendo. Pero el tipo delgado, huesudo y arrugado, no estaba, había desaparecido en el tiempo que tardé en alabar a la naturaleza por el cuerpazo de la rubia. 

Entonces llegó el metro y, mientras subía al vagón, lo ví, exactamente en la misma posición corporal, sentado en el mismo punto del banco marrón. Pero el banco estaba en el andén de enfrente, en dirección contraria.

Mi mente racional me cuenta, me explica, me quiere convencer, razonando, que a esas horas y con solo un café con leche y un donut, mi nivel de azucar era tal que mis neuronas (las dos que tengo, tampoco es como para tirar cohetes) no tenían suficiente potencial para trabajar en condiciones normales, y que en mi mente se me había descuajaringao el equivalente a la junta la trócola, dando origen a una alucinación de las que te pueden ingresar si lo explicas a algún psicólogo.

Mi mente racional es una aburrida, le falta imaginación, y la mitad de las cosas mágicas, las que en realidad definen lo bueno de la vida, se las pierde o no las entiende. Yo sigo pensando que no fue una alucinación. La próxima vez que vea al tipo delgado, le sacaré una foto con el móvil, o mejor aún, lo filmaré en video, y con suerte seguiré grabando cuando cambie de anden en un plisplas. Bueno, salvo que pase por ahí otra belleza rubia y deje de funcionar mi mente racional, mi mente emocional se aturulle, y me convierta en un mandril de reacciones primarias.