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miércoles, 30 de mayo de 2012

La curiosa historia de una oficina con historia


En un país casi sin industria ni agricultura no parece arriesgado decir que, o curras en un bar, sirviendo cafés, o trabajas en una oficina, moviendo papeles. Bueno, si no estás en el paro, sino también moverás papeles, y te servirás, en lugar de cafés, alguna tila.

Así pues la mayoría de los que me lean tendrán su propia imagen de lo que es una oficina: mesas de color madera hechas de vaya-usted-a-saber, sillas de tortura presuntamente ergonómicas, una máquina multiusos (fotocopiar caras es uno de ellos), algunas plantas de plástico verde (la tierra por el suelo queda mal) y una máquina de donde sale algo que se ha dado en llamar café de oficina a falta de un término que no sea malsonante.

Casi todas las oficinas son espacios funcionales, y suelen llamarse inteligentes. Tanto como para asarte en primavera porque no toca encender el aire acondicionado hasta julio o pelarte de frío cuando el calendario dice que todavía hace buen tiempo para encender la puñetera calefacción.

La mayoría tienen grandes ventanales que ofrecen los beneficios de la luz solar y deslumbran tanto que debes ponerte de lado para intentar ver algo en tu pantalla porque el listo que organizó las mesas visitó el despacho de noche o era ciego.

Lo anterior es de lo más normal, te choca la primera vez que lo vives pero luego, cuando lo comentas con los amigos o la familia, ves que se ríen y te dicen "¿en tu oficina también?", y despiertas a la realidad de la matrix y ves que las idioteces supinas son comunes como la sal. Que ya que estamos me vais a permitir aproveche la frase y me pregunte ¿por qué narices se les llama idioteces supinas, es que la posición prona no permite al cerebro soltar idioteces?

En mi caso, sin embargo, mi primera experiencia laboral en una oficina fue..., ¿cómo podría decirlo? algo especial, y me dejó una marca imborrable.

Llegabas a la puerta de la calle y te entraba la sensación de entrar en un santuario, al pasar por una pequeña puerta que se abría en unas inmensas puertas de madera maciza que debían pesar tres toneladas.

Caminabas unos pasos, subías un par de inmensos escalones, y te enfrentabas con la primera prueba de los círculos del infierno: el ascensor. 

Quizás pensareis que soy un gallina, pero a ver con que agallas os meteríais vosotros en un ascensor de plaza y media, con banco de madera, puertas plegables de madera, paredes de madera y suelo de madera. Nunca me atreví a mirar hacia arriba pero me temo que las poleas también eran de madera, y mientras esa infernal máquina subía hasta el tercer piso yo daba gracias a las enseñanzas salesianas, rezando todo lo que sabía. Mi mayor terror era que las puertas, algo desajustadas, se abriesen a medio camino, ya que eso bloqueaba el lento viaje.

¿Subir andando, decís? ¿Subir andando hasta un tercer piso que en realidad era un quinto al haber entresuelo y principal, con escaleras estrechas mal iluminadas, cuando fumaba casi dos paquetes al día? De algo hay que morirse, si no era el tabaco que fuese el ascensor.

Después de ese viaje llegabas a la oficina, y le llamo oficina porque para eso lo usamos, pero en realidad era un piso de hace un par de siglos (había escrito siglo pasado, pero lo he tenido que cambiar, ¡cómo pasa el tiempo!), así que lo que en una oficina se llaman despachos aqui era más divertido, el salón era el despacho de los administrativos, el comedor era el de los informáticos, las dos habitaciones pequeñas servían de archivadores y la habitación de matrimonio..., bueno, eso daría para otra historia y todavía estamos en horario infantil.

Una cosa buena sí tenía esa oficina, cuando en otras aún no estaba permitido ni había espacio para ello, ésta tenía una cocina "de las de antes", con muchos armarios para almacenar, entre otras cosas, el indispensable alimento del oficinista (el café). En esa cocina nosotros desayunábamos cada día unos suculentos bocatas de pan crujiente untado con tomate y aliñado con aceite y sal, en el que depositábamos finas lonchas de un jamón recién cortado, manjar que acompañábamos con un vaso de tempranillo (o dos) y finiquitábamos con un café y un cigarrillo (sí, chavales, hablo del siglo pasado, cuando aún se podía fumar en el trabajo). En esa oficina, además, tomábamos café con olor y sabor a café de verdad, y los cortados los hacíamos con leche condensada.

Pero no todo podía ser positivo, así que nuestra oficina tenía algunas cosas peculiares, que comentábamos entre nosotros haciendo las típicas bromas tontas y sin gracia con las que sin embargo todos reíamos.

Una de esas cosas era el colmo del pijerío y el más que seguro trauma psicológico del pobre hombre que vivió allí. Imaginaos un cuarto de baño..., ¡¡¡con moqueta!!! El material, rojo como la sangre, no se bien si era de terciopelo o de simple raso o de cualesquiera de esos nombres que yo, en mi condición de hombre, ni conozco ni nunca podré llegar a diferenciar. No puedo imaginarme el miedo del pobre tipo al ir al cuarto de baño, aunque supongo que finalmente se decidió por hacerlo sentado, e incluso entonces, tuvo que usar un poco de papel higiénico para secarse esa maldita gota y no enfurecer a su señora.

La otra peculiaridad de la oficina..., bueno..., ésta todavía me produce escalofríos ahora que la rememoro y estoy seguro que no es a causa del ventilador que tengo encendido para pasar el calor primaveral.

En esa oficina..., en ese cuarto de baño enmoquetado..., había una bañera de esas grandes, pero grandes grandes, no las muestras de minimalismo que ahora ponen en los pisos que parece debas ser un yogui y en las que ni te planteas darte un largo y sensual baño con tu pareja por miedo a quedaros encajados sin poder salir.

Desembarcamos en esa oficina llevando sillas y mesas desmontadas, archivadores y cajas de cartón..., y cuando entramos al baño después de montar las mesas y sacar el polvo a las habitaciones, pensando en lavarnos las negras manos..., el primero que entró llamó a su compañero más cercano, éste a su amigo, el otro a dos más, y nos reunimos como doce en el cuarto de baño (sí, era un cuarto de baño inmenso) todos mirando la bañera... llena de un líquido pardusco, entre rojo y marrón, en algunas partes más rojo que marrón, en otras con tonos casi negros y un aspecto denso, no de agua sino de algo..., que casi parecía vivo..., que casi parecía moverse.

Estuvimos dos años en esa oficina. Nadie, ni nosotros, ni nuestro jefe, ni la casera, nadie se atrevió nunca a pedir que desatascaran la bañera. Nosotros entrábamos a usar el lavabo pasando el tiempo imprescindible y si nos quedábamos tarde a trabajar solíamos ir al bar que teníamos debajo, ya que la bombilla del cuarto de baño daba poca luz y entonces el líquido de la bañera parecía intentar acercarse a nosotros.

Recuerdo una vez, cuando todavía no teníamos miedo sino ignorancia, ese día llovía a cántaros, y un compañero, al llegar, colgó su impermeable, chorreante, de una percha que había encima de la bañera. El caso es que, al irse por la tarde, el impermeable había desaparecido. Hicimos la broma de que estaba en el mismo sitio que los paraguas que desaparecen, pero el líquido de la bañera tenía un color diferente, y ese día comenzó nuestra particular historia de terror en la oficina.

Unos años más tarde, investigando viejos periódicos de hace dos siglos para una de mis novelas de terror, di con la noticia y todo quedó claro para mi: El marido de la condesa de Montiel había desaparecido de su domicilio y nunca se volvió a saber de él. La condesa se trasladó a su torre en la zona alta de la ciudad, pusieron el piso en venta y, como no se vendía, acabaron poniéndolo en alquiler. La dirección y piso coincidian con las de mi primera oficina.

Así que, en mi primer trabajo, me pasé dos años meando al lado de un conde, bueno, al lado de lo que podría llamarse un conde líquido, es decir, liquidado. En las charlas en la cocina siempre dijimos que quien tuviese huevos que metiese la mano en la bañera, pero creo que todos sabíamos, sin saber, que la bañera era peligrosa.

viernes, 25 de mayo de 2012

El rumor de los insectos nocturnos


Hace unos días me presenté a un concurso de relatos, la III Edición concurso relatos de Infectados Blog (http://infectadosblog.blogspot.com.es/2012/05/tercera-edicion-concurso-de-relatos-de.html) un concurso en el que los relatos debían ceñirse a una temática muy particular (Lovecraft y Arkham) Se presentaron un total de 18 escritores, y hace un rato han salido los resultados (Otros 3 - Gustau 0). Aqui teneis el relato con que participé, espero que os guste un poquito. 

El rumor de los insectos nocturnos

La luz del flexo enfocaba el sillón de lectura, el resto del despacho estaba en penumbra, y la ventana mostraba que la tarde era de un gris azulado, augurando otro día de esa llovizna ubicua que te moja, con paraguas o sin él, y te deja el alma triste.

El sillón estaba ocupado por un hombre de mediana edad, barba de tres días con algunas canas y unas gafas graduadas de estilo Lennon. En su regazo reposaba un libro antiguo de páginas amarillentas con escritos en tinta roja. En la página abierta el título rezaba “Ars Goetia”, y seguía una larga lista de nombres como Asmodeus, Belial o Astaroth.

El profesor Cornelius Floavert estudiaba libros oscuros, libros imposibles, libros que no existían. Los había leído casi todos, desde “El libro de Eibon” a “De Vermis Mysteriis”, pasando por los “Manuscritos Pnakóticos”.

Pero había un libro que todavía no había podido estudiar, uno del que ya dudaba de su existencia, el que muchos llamaban “La Ley de los Muertos”.

Enfrascado como estaba leyendo el arte de la brujería, analizando cada unos de los 72 demonios allí anotados, no escuchó el ligero ruido a su izquierda. Pero su visión periférica captó el sobre que alguien coló bajo la puerta.

Sabía que por mucha prisa que se diese, no vería al mensajero, que tan solo sería alguien pagado por el autor de la misiva. Así que cerró el libro con cuidado, lo depositó en la mesita frente al sillón, y se levantó, con el típico quejido de quien ya empieza a sentir en las articulaciones el paso del tiempo y la humedad del clima.

El sobre, de suave color beige, estaba lacrado, algo que ya no se veía mas que en las películas de tiempos antiguos. Curiosamente el lacre no era rojo sino negro, y en lugar del típico sello con escudo nobiliario, mostraba lo que parecían ser varios pentagramas entrelazados.

El papel en su interior solo tenía dos líneas escritas en rojo sangre. En la primera línea aparecían unas coordenadas (42º 40’ 5” N y 70º 53’ 51” O), y en la segunda, con un trazo irregular, un nombre, que parecía de origen árabe, algo así como Zahr-ad-Din.

Aunque la grafía era extraña, se parecía a un apellido imposible, lo mismo que la imagen del sello en el lacrado del sobre. Tenía que ser una broma estúpida de alguno de sus alumnos, que sabían de su debilidad por ese libro.

Sin embargo…, sin embargo, tenía el presentimiento de que el sobre era auténtico, ninguno de los imberbes “biebercillos” que poblaban el campus de la universidad de Syracuse hubiera usado el apellido en su grafía más desconocida, en su lugar habrían escrito el más común, Al-Hazred.

Le quedaban varios días de vacaciones ese año, como cada año, así que la idea de un road trip le apetecía bastante, tenía que comprobar en el mapa donde le llevaría esa aventura.

A la semana siguiente, una vez reorganizadas las clases con el visto bueno del rector, hizo una pequeña maleta, la puso en la trasera de su BMW i8 Spyder, encendió el navegador, y salió derrapando mientras gritaba “¡Arkham, allá voy!”.

Varios días y muchas millas más tarde estaba en Nueva Inglaterra, en el condado de Essex, de camino a un lugar arcano e inexistente. El extraño mensaje que recibió la semana anterior le invitaba a descubrir ese libro y le indicaba unas coordenadas muy concretas. Su navegador entendía esos datos además de los nombres de ciudades y calles, pero insistía en que en el destino, unas millas al norte de Salem, no había ningún pueblo.

Un par de millas después de dejar Salem por la ruta 107, Cornelius llegó a ver un letrero que ponía Innsmouth, Pop 108, aunque no vio ningún desvío, ni llegó a ver nunca ese pueblo. No le importó demasiado, ya que no soportaba el pescado crudo, y menos aún si éste caminaba por las calles.

Al llegar al cruce de Aylesbury tuvo especial cuidado para no tomar el desvío incorrecto, y giró a la izquierda cuando el navegador le sugirió la derecha, así consiguió evitar el pueblo de Dunwich y no encontrarse con el Dios de las burbujas brillantes, con alguien tan dado a los sacrificios humanos es un riesgo estar muy cerca, por mucho conocimiento que te pueda regalar si está de buenas.

Viniendo de Innsmouth, el navegador le hizo cruzar el río y entrar en la ciudad por la calle West, para luego hacerle girar a la izquierda en la calle Church, aparcando delante de la universidad.

Casi no lo podía creer, el lugar realmente existía y él estaba allí, y si ese allí existía, entonces…, entonces el libro también, y en breve podría leerlo y descifrar sus conjuros. Temblaba de anticipación, temblaba de excitación, y temblaba de frío.

Lejos quedaban los infructuosos viajes a Buenos Aires, Paris o Harvard, donde no había encontrado más que entradas falsas en las fichas de sus bibliotecas, con signaturas topográficas apuntando a estanterías inexistentes. Por no hablar del inútil viaje a California, donde un surfista se las dio de bromista añadiendo una entrada en la sección de religiones primitivas donde, por descontado, no existía ningún libro como el indicado.

Pero esta vez no había ninguna duda, estaba en un lugar que no existía, así que por fuerza el libro imposible debía ser real y estar cerca de donde él estaba, a las puertas de la Universidad de Miskatonic.

Subió los escalones de la entrada lentamente, cada paso como una reverencia, y cruzó las inmensas puertas abiertas con cierto miedo a que se cerrasen con él en medio. Caminó sin rumbo fijo por el inmenso lugar, sus pasos resonando en el silencio.

El silencio…, desde que había cruzado el río el silencio se había hecho el amo y señor, ningún pájaro piando, ningún perro ladrando, ningún niño gritando. Claro que tampoco se veían pájaros, perros o niños. Ni siquiera la brisa movía los árboles de hojas polvorientas, solo se oían sus pasos y el latido de su corazón.

Tampoco se oía ni veía a nadie por los pasillos de la universidad, y sin embargo no parecía un lugar muerto, era como si lo hubieran abandonado hacía escasos minutos. Al pasar al lado de un aula con la puerta abierta, Cornelius incluso pudo ver el polvo de tiza cayendo de la pizarra, donde se podía leer Prof. Al-Hazred, y debajo, Cthulhu 101.

Al-Hazred, ¡era quien le había enviado la invitación la semana anterior! ¡Dios mio!, ¡era alguien real!, ¡existía! Tenía que encontrar su despacho, estaba convencido de que el libro estaría allí, seguramente en una urna de cristal y con un conjuro de protección.

Subió lentamente las escaleras de mármol negro hasta el segundo piso, casi conteniendo la respiración, expectante, y siguió las indicaciones hasta el ala de literatura fantástica. Primero pasó por el despacho de un desconocido Prof. Esteban Reyes, luego por el de un tal Prof. Edgar Crow, y finalmente encontró el despacho que buscaba, el despacho del Prof. Abdallah Zahr-ad-din.

Cornelius tenía la boca seca y el corazón le palpitaba acelerado desde hacía rato. Pero al poner la mano en el picaporte las pulsaciones se redoblaron, y la expectación dejó un resquicio al miedo a lo desconocido, y ése miedo atávico se instaló en su alma.

Mientras abría la puerta del despacho del profesor, el silencio sepulcral de las últimas horas dejó de ser silencio para ser otra cosa, un extraño y sordo zumbido que parecía llegar de todas partes y hacerse sentir en todo el cuerpo, como si todo él vibrase. Ajeno a ese zumbido, Cornelius se sentía a escasos momentos del summum de sus investigaciones, y una fuerza parecía guiarlo hacia la penumbra del fondo de la sala.

El libro estaba protegido por una urna de cristal, tal como Cornelius había supuesto. Era bellísimo, con una tapa de cuero marrón desgastado por los siglos, con bordes negros y con un cierre tachonado con estrellas plateadas, más unos extraños pentagramas superpuestos y algunos símbolos que desconocía. Mirándolo más de cerca, confirmó las sospechas que se tenían, aquello no era cuero, la tapa era de piel humana curtida. Así que lo más probable es que también fuese cierto el que sus páginas fueron escritas con sangre humana.

Cornelius se puso de caras a la urna, con los brazos extendidos como en una invocación y cerrando los ojos recitó, en perfecto castellano antiguo:

“De los Primeros Engendrados, escripto está que esperan siempre al unbral de la Entrada, é la dicha Entrada se encuentra en todas partes é en todos tienpos, ca Ellos non conosçen tiempo nyn lugar, sino esisten en todo tiempo é en todo lugar, a la ves é syn paresçer, é los ay dEllos que tomar pueden diferentes Fformas é Maneras, é revestir una Fforma dada é un Rrostro sabido” 

Al acabar la invocación, la urna había desaparecido, y el libro aparecía abierto, mostrando una página con unas frases que Cornelius identificó como sumerias.

Dando tres veces la vuelta sobre si mismo, Cornelius Floavert escribió en el libro un anagrama con su apellido y la inicial de su nombre, y acto seguido se dispuso a recitar el conjuro en voz alta:

! Oh Tú que moras en la oscuridad del Vacío Exterior! Acude a la Tierra una vez más, Yo te lo ruego.

¡Oh Tú que habitas más allá de las Esferas del Tiempo! Escucha mi súplica.

¡Oh Tú que eres la Puerta y el Camino! ¡Acude! ¡Tu sirviente te llama!

¡BENATIR! ¡CARARKAU! ¡DEDOS! ¡YOG-SOTHOTH! ¡Acudid! ¡Acudid! ¡Pronuncio las palabras, Rompo Tus vínculos, el Sello ha sido apartado, pasa a través de la Puerta y penetra en el Mundo; he hecho tu poderoso Signo!

¡Zyweso, wecato keoso, Xunewe-rurom Xe-verator, Menhatoy, Zywethorosto zuy. Zu-rurogos Yog-Sothoth! Orary Ysgewot, ho-mor athanatos nywe zumquros, Ysechyroro-seth Xoneozebethoos Azathoth! ¡Xono, Zu-weret, Quyhet kesos ysgeboth Nyarlathotep! Zuy rumoy quano duzy Xeuerator, YZHETO, THYYM, quaowe xeuerator phoe nagoo, Hastur! 

¡Hagathowos yachyros Gaba Shub-Niggurath! ¡Meweth, xosoy Vzewoth!

¡TALUBSI! ¡ADULA! ¡ULU! ¡BAACHUR!

¡Acude Yog-Sothoth! ¡Acude!

El rumor fue subiendo de frecuencia, ahora se trataba de un zumbido inconfundible, no porque Cornelius lo hubiera escuchado nunca sino porque había leído sobre los djins y así era como se decía que sonaban. Su palidez evidenciaba ese conocimiento en la forma del más absoluto terror, aunque en sus ojos brillaba la felicidad al haber comprobado la realidad de aquel libro.

De sus páginas brotó, zumbando cual enjambre de mosquitos, un remolino gris, que envolvió a Cornelius y lo hizo desaparecer entre gritos que evidenciaban el dolor de quien sigue vivo mientras se hace pedazos y se enfrenta al misterio final de la entropía.

Los gritos desaparecieron en el remolino, el enjambre volvió al libro, cerrándolo, y formando sobre la tapa las palabras Kitah Al-Azif, devolviendo el sepulcral silencio a la ciudad de Arkham.

Mientras sucedía todo eso, deliberadamente ajeno a todo ello, Yog-Sothoth se entretenía viendo la Super Bowl desde un pub en Dunwich. Ser omnisciente no permitía saber el azaroso resultado de un partido, pero ciertamente si permitía saber cuando un vanidoso mortal invocaba de forma incorrecta a un Dios Exterior.

martes, 1 de mayo de 2012

Un sueño algo especial...


Desperté con un sudor frío y llorando como un niño.

Me levanté, fui al baño, desayuné, leí las noticias por internet, escribí varios comentarios en FB, y un par de correos. Pero el recuerdo del sueño seguía ahí, con todo detalle, sin desvanecerse.

En el sueño, yo estaba recién casado con ella, la más bella, bella por dentro y bella por fuera, por fuera con unos ojos azules que sin gafas parecían verdes, por dentro con un alma que brillaba con luz turquesa y que sanaba de todo mal.

Pero la recién ganada felicidad se me negaba. Una brutal llamada de tráfico cegó todo mi futuro al cerrar del todo el suyo sin darme tiempo a decirle adiós.

En el sueño me tomaba unas cuantas pastillas y me metía en cama, llorando su ausencia como un niño, y como un niño llorando me había despertado esta mañana, con un sudor frío que aún sentía en el cuerpo.

Necesitaba concentrarme en algo que me quitase de la cabeza esos pensamientos tristes, así que me puse los inalámbricos, conecté el mejor jazz de mis listas, y me puse a practicar el zen. Primero fue el zen de lavar platos, en el que, además de la música, era uno con los platos, con el jabón, y con el movimiento circular de la mano derecha sobre los platos. Después fue el zen de pasar la escoba, consiguiendo la unidad de la escoba con las pelusillas del salón y llevando algunas de ellas a conseguir el satóri, porque hasta las pelusillas tienen esa opción en su existencia.

Cuando acabé de practicar el zen de estar por casa, me senté en el sofá a descansar un rato. Entonces sonó el teléfono móvil. Por un instante mis neuronas se miraron extrañadas, ¡no!, ¡imposible!. Pero era cierto, la llamada era de tráfico, y el mensaje brutal, igual que en el sueño, sin darme tiempo a decirle adiós.

Destrozado, llorando, chocando con las paredes y las puertas, fui hasta el cajón de las medicinas, me tomé unas cuantas pastillas, y me fui a la cama, deseando que todo fuese un sueño, como lo fue esta mañana.

Desperté con un sudor frío y llorando como un niño.

Me levanté, fui al baño, desayuné, leí las noticias por internet, escribí varios comentarios en FB, y un par de correos. Pero el recuerdo del sueño seguía ahí, con todo detalle, sin desvanecerse.

La sensación de deja vu era tan fuerte que además del sudor frío, empezaba a temblar pensando que estaba en un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño dentro de..., y que no podría salir.

En mi mente se empezaba a formar una idea de cómo había sucedido todo, pero si esa idea era cierta, no había solución posible, y estaba condenado a perderla eternamente, a llorarla diariamente.

La noche anterior había estado chateando con un colega escritor, hablando de la obra de un genial y poco leído escritor, Stanislaw Lem, hablando de Solaris, su obra más conocida, y de los extraños y curiosos cuentos de Ciberíada, una obra que había leído hacía mucho, en la que, si mi memoria no me engañaba, había un relato sobre un armario en el que al entrar se viajaba a un universo inventado en el que había un armario en el que...

Me senté en el sofá cansado y algo mareado de las vueltas que daba esa historia en mi cabeza, sin saber qué hacer para romper ese círculo infernal. Entonces sonó el teléfono movil.

Por un instante pensé que si no lo cogía todo se arreglaría. Pero me sabía todas las películas de ese género, y no quería empeorarlo todo, no quería que se encendiese la tele y escuchar detalles del accidente ni ver imágenes, la llamada de tráfico sería brutal pero menos dolorosa.

Así que me puse el teléfono en la oreja derecha, pero temblaba tanto que tuve que dejarlo sobre la mesa y activar el manos libres, mis ojos picaban anticipando la noticia.

Desperté con un sudor frío y llorando como un niño. Ella estaba a mi lado, acariciándo mi cara, acariciando mi alma, amándome con la mirada.

No recuerdo haberme casado con ella, hace años que no la veo ni sé de ella, pero da igual, esta vez no voy a salir del sueño, aunque tenga que impedir que ella salga de casa, aunque debamos quedarnos ambos en casa por toda la eternidad.


jueves, 26 de abril de 2012

Mi montaña rusa, mi ruleta rusa, mi ensaladilla rusa

Una montaña rusa puede ser algo peligroso. 

Cuando es tu montaña rusa particular puede ser mortal.

Cuando te encuentras en lo alto de tu montaña rusa particular y ves que el resto es bajada, el sudor frío que recorre tu espalda te proporciona un tembleque de padre y muy señor mio. 

Cuando llevas subiendo a lo más alto de tu montaña rusa particular varios meses, sientes en tu mano derecha un revolver de los de ruleta rusa, aunque mirando por el lateral parece haber más de una bala, con suerte no habrá seis sino cinco, reza lo que sepas. 

Cuando notas en tus ojos el picor de la nostalgia impotente y en tu corazón el inicio del desgarro bajo el esparadrapo, entonces tu cabeza amenaza con convertir las neuronas en ensaladilla rusa, perfecta para quien quiera comer el cerebro, porque poco más se puede sacar de ahí.

Cuando el viento racheado que sopla en lo alto de la montaña rusa amenaza con hacerte caer, y te corta la cara, y te hace lagrimear, escondiendo las otras lágrimas, entonces es cuando te das cuenta que llevabas mucho tiempo allí arriba, sin un temblor, sin un minimo susto, sin una minima duda, y eso no podía ser real.

Aqui arriba, mientras te preparas para la inminente caida, no puedes evitar mirar hacia abajo, aún sabiendo que el vértigo te dará mareos. Miras hacia abajo porque esta vez no quieres caer en ese sitio oscuro, en ese sitio tan profundo con las paredes lisas y resbaladizas, donde habitan viejos monstruos sin nombre.

Entonces es cuando coges tu iPad y te pones a escribir, da igual sobre que, sobre las tortillas de patata sin cebolla, sobre los dragones sin alas, sobre la leche sin nata y con vitaminas, sobre los comemagdalenas y los comegalletas, sobre la meditación zen y el T'ai C'hi, sobre los chiles habaneros y el azucar de caña, sobre el patxarán y el ¡no pasarán! de los indignados, sobre esto y aquello y lo de más allá, todo sea por conseguir que la vagoneta descienda poco a poco de la puñetera montaña rusa, casi sin darme ni cuenta, asi mientras me pregunto porque es rusa la montaña, porque es rusa la ruleta, y porque es rusa la ensaladilla, llego ya al nivel del suelo y recupero la respiración y el latido del corazón.

Naturalmente la nostalgia impotente de un pasado imposible de repetir sin condensador de fluzo sigue ahí, y ahí seguirá mientras lata mi corazón, pero burla burlando esta vez la caida esquivando, y eso está bien.

viernes, 23 de marzo de 2012

El pueblo fantasma...


Era viernes, una tarde de un gris plomizo, una bruma escocesa impregnaba el ambiente otoñal, y la humedad fluctuaba, no sabías si se quedaría en neblina o llegaría a cellisca, pero la visibilidad no iba a mejorar, casi no se veían las montañas que rodeaban el lago, era difícil distinguir nada a más de mil quinientos metros. 

Los chicos se empeñaron en dar un paseo con las barcas, dos sencillas zodiac de color amarillo limón y remos de color naranja. Las chicas pusieron cara de pocos amigos, pensando "en tierra firme no nos mojaremos ni pasaremos frío", pero se miraron y callaron, no querían oir las más que seguras bromas ni palabras como aguafiestas..., aburridas..., siesas..., saborías..., miedicas... 

El ruido era monótono mientras se adentraban en el lago, pero de pronto los chicos decidieron que había que jugar un poco y le dieron caña al motor, dando vueltas alrededor de la zodiac de las chicas, haciendo caballitos para asustarlas un poquito y levantando el agua en pequeñas olas, lo suficiente para que ellas dieran grititos y protestaran, aunque con una media sonrisa que hacía suponer no era más que un juego.

Al cabo de un rato de navegar llegaron al pueblo fantasma. 

En realidad el pueblo estaba bajo la superfície y solo se veía la torre de la iglesia, sin campanas, y parcialmente derruida. Pero cuando el pueblo fue llamado el pueblo fantasma aún no había ningún lago que lo cubriese.

Apagaron los motores al lado de la torre, y durante un rato escucharon el silencio y el tambor de sus propios latidos.

- Sabeis? - uno de ellos rompió el silencio - la gente del lugar comenta que el pueblo tiene un fantasma, uno que habita en la torre de la iglesia, uno que se dedica a tocar las campanas, unas campanas que no se pueden ver, pero que se oyen a varios quilómetros de distancia. 

- Sí, claro - se burló una de las chicas - y viste una sábana blanca y arrastra una bola negra encadenada a sus pies, y va gritando uuuh! uuuh! es escocés y se llama MacFerguson. Estas historietas ya no funcionan, ni es de noche ni estamos ante un fuego de campamento, y ya no somos unas niñas, eso quedó atrás, no volvereis a asustarnos como entonces. 

- No, no es nada tan tópico como una sábana y unas cadenas - negó quien había hablado del fantasma - en realidad dicen que se trata del alma de una joven, que según parece fue descuartizada en la iglesia como parte de un rito satánico en el que participaron las fuerzas vivas del pueblo: el maestro, el alcalde, el farmacéutico y el cura. Aunque primero la violaron de formas que mejor no os explico, no podríais escucharlo sin horrorizaros. En este lugar han sucedido cosas muy extrañas desde entonces...

De pronto se escuchó, en el inmenso silencio de la tarde gris y brumosa, el sonido de dos campanas, dos campanas de iglesia. Primero sonaba una..., taláaaan..., taláaaan..., y luego sonaba la otra..., tolóooon..., tolóooon...

Los tres chicos y las tres chicas se miraron, sus ojos mostraban miedo. Se abalanzaron sobre los motores para largarse de allí cuanto antes, no tenían ningún interés en buscar el origen de las malditas campanas, solo querían llegar a la orilla, desmontar las tiendas, llegar a los coches, y salir de allí a toda leche, y eso hicieron, salir a toda velocidad hacia la orilla, alejándose de la torre de la iglesia y de las campanas.

La mañana del sábado amaneció clara y con el cielo despejado, era un día menos húmedo que el del viernes, y el guardabosques hacía su ronda semanal por el lago, casi de rutina. Entonces lo vió, algo amarillo en la orilla. Cuando se acercó vio que era una zodiac con remos de color naranja, pero aparte del amarillo había rojo por todas partes, era rojo sangre porque dentro de la zodiac había tres cuerpos, desnudos, con marcas en muchos sitios.

Eran tres chicos, y los sitios donde había sangre y desgarros denotaban algo salvaje y a la vez sexual, como si alguien los hubiera utilizado en una bacanal orgiástica. Entonces se acordó de las historias que se contaban sobre el pueblo fantasma, sobre la joven que habían violado en un ritual satánico y que se dedicaba a tocar las campanas.

En realidad era una mentira que todos los lugareños explicaban, porque de esa manera nadie escuchaba la verdad, y asi todos vivian tranquilos, y siempre había campistas en el lago, y muchos eran chicos, y entonces los súcubos que vivian en la torre de la iglesia tenían siempre alguien de quien alimentarse. Aunque al final les extraían toda la sangre, sus víctimas disfrutaban de unas horas de sexo salvaje, desenfrenado, límite, en el que los orgasmos les salían por las orejas.

El problema eran las chicas..., en el siglo pasado las mataban y servían de alimento de jabalíes, pero ahora la liberación sexual comportaba chicas mucho más desinhibidas y mucho más sensuales y sexuales, y cuando los súcubos lo descubrieron, las empezaron a secuestrar, ahora han creado una nueva especie híbrida de súcubo y humana..., y son más..., y los lugareños se preguntan que pasará cuando los campistas de temporada no les sean suficientes. De momento el alcalde de los pueblos del lago está pensando en promover el turismo gay pintando de rosa todas las casas, y está estudiando si se puede construir un campo de golf al lado del lago.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Pollo con langosta


Ayer me entrevistaron en Canal Nordeste, para el programa del viernes, ese que se llama "Cocina creativa", sí, el único donde no se usa perejil ni se explican chistes verdes, y se dedican a divulgar platos poco comunes.

Si os soy sincero, me pusieron en un compromiso, porque ellos querían que yo fuese un invitado original, que incluso fuese atrevido y transgresor, y en cambio yo tenía mal día y la astenia primaveral me rondaba, como la gripe, con lo que no tenia el chichi pa farolillos, aunque con mi fenotipo lo tengo complicado, y no me refiero a los farolillos, sino a mi barba cerrada de geyperman (y no, no soy la mujer barbuda).

El caso es que insistieron..., volvieron a insistir..., al final me pudo la vanidad y accedí, aunque les expliqué que el programa podía resultar un poco..., especial.

Os podeis descargar el video desde Yutuf, buscais las palabras "Cocina creativa" y "alarma social", le dais al primer resultado y disfrutais del programa. Pero no corrais, no corrais, que el video ha sido "editado", y al final lo que emitieron fue algo bastante diferente de lo que grabaron, asi que sólo si seguís leyendo os enterareis de lo que pasó de verdad.
La receta que yo expliqué era bastante simple, y aunque sorprenderá a muchos lectores, otros reconocerán un plato bastante tradicional. El nombre tampoco es de esos largos y complicados con muchos adjetivos y un montón de frases subordinadas, es corto, sencillo, directo: "pollo con langosta".

Su preparación no es demasiado complicada, y se puede resumir en seis sencillos pasos.

Paso 1: Hay que coger la langosta, preferentemente muerta, y trocearla en cuatro trozos grandes (si teneis invitados calculad un trozo grande para cada uno). Si no estuviese muerta, no nos tenemos que preocupar, al trocearla conseguiremos que deje de dar la vara, no como con las molestas carpas que aún en rodajas dan saltos por toda la cocina. Si la langosta es pequeña, pues poneis más langostas.

Paso 2: Hay que preparar el pollo, aquí de nuevo nos ponemos a trocear, más o menos en unos 8-10 trozos, y lo salpimentamos (encantador nombre para una acción en dos pasos). Después tenemos que rehogarlo (otra acción de nombre curioso, rehogar) en aceite de oliva. No confundamos rehogar con sofreír, son acciones muy diferentes (no, no os pienso explicar la diferencia). Deberemos retirar el pollo cuando tome color. Aquí alguien se puede preguntar, ¿color? ¿que color?, pero es como el jazz: "Si necesitas preguntar qué es el jazz, nunca lo sabrás".

Paso 3: Añadiremos a la sartén la cebolla picada y las hierbas; incorporaremos los trozos de langosta, los freíremos unos minutos y flambearemos con el brandy. Aqui conviene aconsejar que si os bebeis el brandy mientras cocinais, no podreis flambear la langosta, asi que sed previsores y usad 2 vasos, uno para la langosta y otro para el cocinero.

Paso 4: Añadiremos los tomates pelados y picados (sin semillas) y los coceremos durante un cuarto de hora. Aqui debo hacer un inciso muy, muy, pero que muy especial: Si no son tomates, da lo mismo que tengan forma de tomate, color de tomate, aspecto de tomate, semillas como las del tomate, repito, si no son tomates (y últimamente casi nunca lo son) dejaros de puñetas y pasad del tomate, podríais desgraciar la receta por añadirle trozos de plástico rojo.

Paso 5: Pondremos los trozos del pollo en la sarten, añadiremos el vino, lo taparemos y dejaremos cocer una media hora.

Paso 6: Unos minutos antes de terminar la cocción añadiremos el azafrán, el ajo, las almendras, las avellanas y el chocolate rallado, una mezcla que habremos picado antes en un mortero.

Que tiene de especial el plato, aparte de ser un clásico "mar y montaña"? Por que motivo al final el programa no se emitió completo, con todas mis explicaciones? Ahora mismo os lo cuento, y vereis que en el fondo no había para tanto, la gente ya no se escandaliza por casi nada, asi que hubieran podido emitirlo sin ningún problema, solo con añadir un pequeño aviso de que podía herir alguna que otra sensibilidad.

Yo les explicaba a los del programa, mirando a la cámara con tranquilidad, sin estridencias, natural, que la receta del pollo con langosta me salía realmente muy bien. La primera vez que tuve que cocinar ese plato, sin embargo, fue después del accidente de avión en Rio Grande. Tuve que ser imaginativo con lo que me ofrecía la naturaleza para que mis compañeros y yo saliéramos vivos de aquello, sabeis?

Asi que adapté la receta a lo que pude conseguir, de hierbas de buen olor y sabor había varios tipos, no eran ni tomillo ni orégano, nunca supe sus nombres ni me preocupé de buscarlos después, pero le daban buen gusto al plato. La cosa se complicó con la langosta, pero las de por allí tenían sus buenos 10 centímetros, y aunque no eran rojas ni venían del mar, la verdad es que tenían un sabor especial, y nos entretenía chupar sus patas y sus cabezas.

Pero donde tuve que ser imaginativo fue con el pollo..., porque..., sabeis? en aquel sitio dejado de la mano de Dios había hierbas aromáticas, teníamos sal y pimienta, incluso brandy (las botellitas del avión, y luego la carga "especial" de los pilotos), las langostas saltaban alegres por aqui y por allá y nos daban cierto sustento..., pero pollos..., pollos no, ni pollos..., ni urogallos..., ni pavos..., ni perdices..., ni codornices..., ni siquiera un triste gorrión..., asi que el pollo del menu tuvo que ser "pollo", un "pollo" algo especial, la primera semana cocinamos a Juan con 56 langostas, la segunda semana fue Luis y pasamos con 42 langostas (yo el domingo estaba un poco desganado y no tomé langosta), la tercera semana..., bueno, creo que ya os haceis una idea, el caso es que la plaga de langostas de ese año en Santa Fe no tuvo lugar, les extrañó bastante, hicieron una batida, y nos encontraron, 2 meses después del accidente y 8 amigos menos en el grupo.

La verdad es que ahora, cada vez que voy a un restaurante y el menú tiene pollo con langosta, se me humedecen los ojos, y empiezo a salivar de una manera un tanto incivilizada. Pero qué quereis? Quien ha probado mi receta, repite!



Notas a pie de página (ingredientes para la receta)

Ingredientes para la salsa
    1 cebolla grande
    1/4 de tomates maduros
    1 diente de ajo
    1 vasito de vino
    1 copa de brandy o coñac
    30 gramos de chocolate negro
    20 gramos de almendras y avellanas tostadas
    150 ml. de aceite de oliva
    1 hoja de laurel
      Hebras de azafrán
      Tomillo, orégano
      Perejil
      Pimienta molida
      Sal
Ingredientes principales
    1 pollo (en ausencia, alguna carne equivalente, sed imaginativos)
    1 langosta (mejor si viene del mar, pero se admiten otras)

domingo, 18 de marzo de 2012

No te muevas, no respires, no mires.

No te muevas. Si no te mueves no te verán, bien tapado bajo la sábana azul, y si te ven pensarán que estás dormido. Pero sobre todo no te muevas, que nada les haga sospechar que estás despierto. Si te creen dormido no serás un objetivo para ellos, te dejarán tranquilo y buscarán a otro, quizás a tu hermano mayor, ese que no se está quieto ni dormido, que deshace la cama cada noche, haga frío o calor, y que habla dormido como si estuviera despierto, y que se levanta algunas noches queriendo ir a la escuela. Sí, seguro que ellos prefieren a tu hermano mayor..., seguro..., pero, por si acaso..., no te muevas.

No respires. Si no oyen tu respiración agitada creerán que estás dormido, si oyen como jadeas sabrán que estás despierto, y sabrán que sabes que ellos están aquí, y si lo saben..., si saben que tu sabes..., entonces ya sabes lo que pasará, y ellos también lo saben. Así que, por tu vida..., no respires.

No mires. Si no miras es como si ellos no estuvieran, como si nada pasara. Es como aquello que leíste hace meses, "que sonido hace un árbol del bosque al caer si no hay nadie para escucharlo?". Asi que, si no miras, ellos no están, y si no están no hay peligro de que te hagan daño como las otras veces. Seguro que hoy no están pero, por si acaso, no mires.

Eso que oigo..., no, no es mi respiración, aunque lo parece, pero algo alejada, como si fuera la respiración de otro, de alguien que está cerca de mi, casi sobre mi. Eso que oigo..., no es el latido de mi corazón, aunque lo parece, pero algo alejado, como si fuera el sonido de algo que está latiendo, como si estuviera a mi lado. Eso que oigo..., no, no es el roce de mi cuerpo con la sábana azul, aunque lo parece, pero algo alejada, como si fuera el roce de otros cuerpos, y esos cuerpos estuvieran cerca de mi. 

Esa luz que atraviesa mis párpados..., como lucecitas azules y amarillas..., son ellos, dios mio, son ellos y quieren comprobar si estoy dormido o despierto. Estoy perdido, noto como mis ojos se mueven tras los párpados ante la luz, ellos verán como se mueven mis ojos, y sabrán que estoy despierto, y entonces...

Entonces se movió, respiró, miró.

Entonces la luz le cegó los ojos, le inmovilizaron, y le pusieron una máscara en la cara.

Ya no pudo moverse, se quedó sin respiración, y ya no veía nada.

Estaba aterrorizado, a punto de sufrir un colapso.

- Bueno, parece que ya podemos seguir - dijo la voz suspirando de alivio.

- Gracias a dios, no sé que ha podido pasar - respondió otra voz - salir de la anestesia en un cuádruple by-pass es algo que nunca había visto, por poco perdemos al paciente.

lunes, 5 de marzo de 2012

Lujuria zombie...


En la tarde del segundo día, al caer el sol, me convertí en un zombie por convicción.

Cuando la infección empezó, el día antes, solo afectó a unos pocos trabajadores del puerto. En sólo tres días, la ciudad del medio millón de almas pasó a ser la ciudad del medio millón de zombies, porque se reproducían más rápido que los conejos.

En el segundo día, en cada esquina, en cada portal, en cada coche, mirases donde mirases, había una pareja de zombies en pleno frenesí sexual, dándose y tomándose en formas que ningún humano fue capaz de soñar, alcanzando las más altas cotas de placer, de éxtasis, convirtiendo al sexo tántrico en algo simple.

Reconozco que siempre he sido un poco voyeur, y un poco precoz también, a los 8 años disfrutaba como un sátiro (enano, pero sátiro), espiando desde la cocina las contorsiones que hacía mi canguro, Mari Jose, con su novio, Pedro, en el sofá de mi casa, todos los viernes por la tarde. Ver como se le endurecían los pezones a la canguro era algo excitante, y los jadeos contenidos que ella iba soltando me ponían palote (unos compañeros de colegio me habían dicho que así se llamaba a lo que pasaba, y vaya si tenían razón). 

Desde donde yo espiaba era imposible ver más abajo de sus tetas, así que acabé desarrollando una febril imaginación a partir de lo que escuchaba y de cómo se movían. Parecía que por debajo de las tetas existía un lugar muy cálido y a la vez húmedo, porque Mari Jose susurraba "estoy más caliente que el asfalto de Georgia", y Pedro respondía "estás mojada, mis dedos chapotean". Lo que yo escuchaba era realmente un chapoteo, y cada chap y cada chop iban seguidos de un gritito corto de Mari Jose, y cada dos o tres chaps y un chop ella repetía "no pares!, no pares!", y veías el brazo de Pedro moverse como quien dirige con sus manos un allegro vivace que pasa a un ritardando y acelera a un presto y acaba con un allegro con fuoco, que música más sublime, que intensidad!.

Pero dejémonos de recuerdos de juventud, a ver..., que me centre..., ah..., sí..., estábamos en el segundo día de la infección zombie y ya teníamos claro que más temprano que tarde ibamos a ser todos como ellos. Muchos se suicidaban ante la idea de volverse carne putrefacta y con colgajos por todos los lados, aunque ya antes de los zombies todos llevábamos colgajos bajo la camisa y quien más quien menos ya estaba algo podrido, algunos de dinero, otros de envidia.

En mi caso, el segundo día por la tarde, cuando el sol ya se despedía y llamaba a su amiga la luna, en ese preciso momento, sufrí una epifanía de las que hacen historia (de las que hará historia si alguna vez se encuentra este relato), y decidí que quería ser un zombie.

Iba caminando por la Gran Vía, con paso apresurado para evitar que nadie saliese de ninguna esquina (por nadie se entiende zombie, ni los ladrones ni los asesinos ni las bandas latinas se atrevían a salir al caer el sol) cuando los ví, en la esquina con Balmes, en el suelo, retozando como si el mundo se acabase ese mismo día.

Ya sé que la palabra zombie os trae imágenes poco agradables, pero creedme, no es así. Algo pasó en la infección zombie (o tal vez fue mi imaginación) pero el espectáculo que presencié fue de cinco rombos por lo menos, y fue a la vez bello y mágico.

El zombie tocaba los pezones de la zombie con suave dureza, presionando y pellizcando, y luego rozaba con sus dedos las aureolas, acercándose a los pezones pero sin tocarlos. Después usaba su boca y dejaba que sus labios rozasen el pezón izquierdo, el más grande y más sensible, y lo besaba, y lo cogía entre sus labios, y luego lo ponía entre sus dientes, con suavidad, mordisqueándolo, mientras pellizcaba el derecho a diferente ritmo, suave, fuerte, suave, suave, fuerte. 

La cara de la zombie era de arrebato, echaba la cabeza hacia atrás para acercar más los pechos, y en el placer que sentía necesitaba unirse a su compañero, con sus manos acariciaba todo su cuerpo, primero las manos sobre sus pechos, apretándo con él los dedos hasta donde podía aguantar, luego la cabeza para sentir con él lo que ella estaba disfrutando, luego el cuello, y los hombros, y el pecho y seguidamente el ombligo y más abajo, donde la zombificación había conseguido un estado de permanente erección sin una pérdida de sensibilidad.

Las manos de ella subían y bajaban por el tallo, suavemente con una mano pero sujetando la base con la otra, deteniéndose en el glande y jugueteando con un par de húmedos dedos en el frenillo. A ratos, un par de dedos presionaban el escroto e incluso se aventuraban más allá, y el zombie perdía entonces el norte y dejaba de mordisquear los pezones y de besar los pechos, y disfrutaba su momento.
La excitación del momento (compartida por mi que, como de niño, volvía a estar palote), dio lugar a una salvaje acometida de la zombie, que tumbó a su compañero, dejándo visible el enhiesto miembro, sobre el que se sentó con urgencia, y sobre el que realizó unas contorsiones brutales, arriba, abajo, rápido, rápido, lento, ahora en círculos, ahora un ocho, adelante y arriba, atràs y abajo, nunca pensé que nadie pudiera moverse así, hasta que me dí cuenta que era producto de la zombificación, nada limitaba sus movimientos.

Cuando estaban extenuados en el suelo, descansando, tomé la decisión, me acerqué a la zombie, y extendí mi mano derecha con la palma hacia arriba, y ella extendió la suya con la palma hacia abajo, y me acerqué aún más, y ella puso su cara cerca de la mía, y su boca cerca de la mía, y me mordisqueó el labio inferior, y luego se acercó a mi oreja, y sopló cálidamente, me mordió el lóbulo, y mientras yo me ponía palote y temblaba de la anticipación ella me desgarraba el pecho arrancándome las entrañas y depositando en ellas la infección zombie..., nunca tuve un orgasmo más potente que ese, al menos siendo humano.

El psicopata...


El desmadejado y pequeño cuerpo reposaba inerte sobre la fría y roja superficie de travertino de importación. Casi encima del mismo, el psicópata se afanaba con su escalpelo, sajando el brazo izquierdo con cortes rápidos y firmes, evidenciando la perfección de la práctica. 

Con precisión quirúrgica, después de dejar al descubierto los músculos, empezó por separar el deltoides del bíceps y tríceps braquial, siguiendo por el extensor radial y el supinador corto, acabando con el flexor cubital y el pronador redondo, todo ello en menos de cinco minutos. Su respiración agitada denotaba un placer que podía ser sexual pero también asmático, y la excitación erizaba los vellos de sus brazos como una corriente eléctrica.

Mientras admiraba su obra y paseaba su lengua por sus carnosos labios, pensaba en lo fácil que había resultado todo, el secuestrarla de su pequeña cama en un descuido, el trasladarla a su sancta santorum sin ser visto por nadie. En ningún momento opuso resistencia alguna, dominada por su fría mirada, y su cuerpecito de inocente candidez quedó a su merced.

- Juanitoooooooo! A comeeeeeeeeeeeeeer! - se oyó en el jardín de al lado la voz chillona de una mujer - Que se te enfríaaaa!

- Otra vez esa vieja bruja chillando como una cerda - gruñó el psicópata - Dios, como la odio! Un día de estos le voy a dar razones para chillar como una cerda, verla desangrándose en mi marmol rojo será un gustazo...

El psicópata respiró profundamente tres veces para recuperar su equilibrio y su atención, y volvió a mirar al cuerpecito sin vida sobre la mesa. Dudó por un momento entre empezar a separar los músculos de la pierna o acabar con los brazos, su gusto por la perfección y la simetría le pedían seguir con el brazo derecho, pero la belleza de las piernas le llamaba insistente. Bueno, si se dedicaba a la pierna derecha también conseguiría una extraña simetría en los cortes, y esa pierna blanca y con pecas estaba diciendo ¡córtame, mi amor!

A pesar de la pulsión de seguir con el corte, el psicópata dudaba, había tanto donde elegir, incluso los nombres eran de lo más especiales, y los pronunciaba susurrando con anticipación, la fascia lata, el sartorio, el peptineo, el piriforme y el psoasiliaco, eso sin olvidar al excitante poplíteo, mmm, solo de reseguirlo con los dedos volvía a estar excitado, y esta vez siguió pierna arriba con los dedos, notando la suavidad aterciopelada de los muslos, aunque sin reacción a su presión, lo que aún lo excitaba más.

- Juanitoooooooo! - se volvió a oir en el jardin - Como tenga que venir a buscarte te doy con la zapatilla!

- Ya voooooooooy! - gritó el niño dejando de jugar - ya vooooooy!

- Joder con la bruja avería - gruñó el psicópata - se acabó, después de comer me la cargo.

El psicópata apartó el cuerpecito del frío mármol rojo de importación, descentrado por los gritos de la bruja del jardín. Se acercó al fregadero, se lavó las manos con mucho cuidado para eliminar cualquier pista, y se fue a todo correr pensando: La muñeca de mi hermana no gritaba, pero ya verás cuando tenga a mamá estirada en ese rojo y frío marmol. Juanitoooooo, la comida, Juanitooooo, lávate los dientes, Juanitooooo, la habitación debe estar ordenada, Juanitoooo..., pues Juanitoooo te va a hacer chillar, vieja bruja...

p.s.: mamá, te quiero :-)

martes, 21 de febrero de 2012

En el crepúsculo me cazaste, kuei-jin

Como cada noche al volver de la oficina, iba en el metro fingiendo leer relatos en mi smartphone. Pero por el rabillo del ojo izquierdo mi vista lateral confirmaba mis más temidas sospechas, los del grupito sentado al lado me estaban mirando, y mientras eso sucedía, mi ojo derecho bizqueaba para ver si mis seguras dudas eran ciertas, y así era, varias personas a mi otro lado también estaban mirándome, presuntamente con disimulo, como si no quisieran que me diera cuenta. Pero me daba cuenta, claro que me daba cuenta, toda la vida igual, en clase, en el trabajo, en el super, todos me miran, me miran!!!

Al salir del metro me dirigía a casa por el camino de siempre, con el piloto automático, mientras seguía fingiendo la lectura de relatos en mi smartphone y sorteaba los coches recordando el viejo juego de esquivar la pelota de handbol lanzada con mala baba por el equipo contrario. Mientras las tiendas iban cerrando, todos los comerciantes aparecìan en la puerta a mi paso, y se me quedaban mirando con insistencia casi insultante, todos me miran, me miran!!!

De pronto los coches dejaron de pasar por la calle, casi como si se hubieran desvanecido entre un latido y el siguiente. Entonces, en el repentino silencio, el sonido, que debía llevar un rato sonando, se hizo evidente hasta para mi distraida atención: Tap tap, tap tap tap. Era como un extraño paso de danza, casi como el paso irregular necesario en Dune para evitar atraer gusanos. Tap tap, tap tap tap. El sonido era hipnótico, era algo que sabìa no me era extraño, aunque no lograba identificarlo.

Poco a poco el sonido se fue acercando, yo seguía fingiendo leer relatos en mi smartphone y anticipaba la llegada con expectación, casi con júbilo. De repente nadie en la calle me miraba, nadie..., todos miraban tres pasos detrás mio, y no con insistencia insultante, sino con una extraña mezcla de pavor y descanso. Supuse que el pavor era por la criatura, y descanso debía ser por lo que pensaban ella haría conmigo.

Tap tap, tap tap tap. Tap tap, ta..., aqui me giré de golpe, y quitándome el sombrero y la gabardina, mostrando todo mi ser, verde con pintas amarillas, le dije: Hola preciosa, soy el coco, si quieres morderme aqui me tienes.