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viernes, 6 de abril de 2012

El teléfono del puente


En el pueblo donde nació Macintosh había un viejo puente de piedra para cruzar el río y, justo en la mitad, habían instalado un teléfono de color verde manzana.

Era un pueblecito escocés, rodeado de verde excepto donde salía la negra turba con la que fabricaban su propio whisky, el Borsalino's Single Malt Scotch, etiqueta verde, con la marca Borsalino's SMS (el tipo de marketing era un cachondo que se pasaba el día jugando con las palabras).

Lo de Borsalino's venía de la familia más antigua del pueblo, cuyos miembros realizaban un sinfin de actividades profesionales y sociales. En esa familia eran tan activos que la mayoría de habitantes del pequeño pueblo tenían muchisimo tiempo libre para hacer lo que quisieran, aparte de beber whisky, aunque poco había que hacer, más allá de explicar historias tenebrosas en el pub, bebiendo whisky. La historia más explicada era la del monstruo del rio, primo segundo por parte de madre de la serpiente del lago Ness, decían, y nunca sabías si sonreían ya que se llevaban el vaso de whisky a los labios.

Había un Borsalino en la farmacia, que era el mismo que ocupaba la alcaldia, ejercía de juez de paz, de abogado y de notario. Como tenía poco trabajo también era el músico del pub y de cualquier celebración y fiesta del lugar, sabia tocar la gaita, el piano, el violin, el tin whistle, hasta las maracas cuando el whisky subía más allá del estómago.

Otro de los Borsalino era el encargado de todo el proceso de fabricación del whisky, además de llevar la distribución y comercialización del producto. Como eso era un trabajo fácil, se dedicaba a escribir novelas por las noches, y por las tardes pintaba cuadros. Los fines de semana organizaba cenas con familia y amigos, cenas en las que, por descontado, quien cocinaba era él, no tenía nada que envidiar a ningún chef, aunque su obra no tuviera estrellas del monigote blanco ese.

El cabeza de familia de los Borsalino era el doctor del pueblo, ejercia de traumatólogo cuando alguien recibía más golpes de la cuenta en las peleas del pub, de reumatólogo cuando la humedad recurrente afectaba a los habitantes de más edad, incluso de psicólogo cuando la falta de sol y el triste gris del lluvioso cielo hacía que la gente sintiese que, aparte de beber whisky, nada más les llenaba el alma. 

Cuando tenía que hacer de psicólogo usaba una técnica muy elaborada, proyectaba luz solar en el rostro de quien se sentía mal, le daba unas cartulinas de colores vivos y cálidos para que jugara con ellas, cogía su guitarra Aronson y tocaba música un buen rato, la de Smooth Criminal era mano de santo, aunque a veces funcionaba mejor Chromazone. Lo que nunca, nunca, nunca volvió a tocar era Oblivion, había perdido un amigo por ese error de principiante.

El doctor Borsalino ocultaba para sí una pasión que nada tenía que ver con la ciencia. En las horas en que no curaba cuerpos o almas, el doctor se encerraba en su taller, y sacando del armario sus herramientas, se ponía a trabajar en su obra. Sus herramientas eran sencillas y a la vez vitales: un lapiz de mina negra nº 2, una libreta, una regla de 80 cm, una escuadra, unas tijeras y papel craf de molde, entre otras cosas. 

Sabía que había gente que usaba un programa llamado Modaris V7, pero Manuel Borsalino no quería perder el tacto y contacto con la realidad de las telas, y prefería hacerse sus camisas como se hacía en el siglo pasado en lugar de dibujar patrones en un ordenador. Manuel se reía muchísimo cuando alguien le hablaba de Savile Row, la presunta meca del lujoso textil británico, donde a duras penas se salvaba un diseñador, que, por esas cosas de la vida, era un gallego con gafas de pasta, un tal John Lewis Black, que nunca hacía trajes de menos de ocho mil libras y se los sacaban de las manos.

La noche del viernes, un Borsalino tocaba jigas y reels, bebiendo whisky con la mayoria del pueblo. El doctor Borsalino no estaba en el pub sino en su taller, cortando una camisa lila para llevarla en la boda del domingo de su amigo Sebastian, que tampoco estaba en el pub.

Sebastian Macintosh, la noche del viernes, día y medio antes de su boda, estaba en el puente sobre el río. Lloraba casi en silencio, solo algún hipido cuando la respiración se alteraba por la presión en su pecho. Lloraba casi inmóvil, solo cuando la nariz le moqueaba sacaba un pañuelo, buscaba donde aún estaba seco, se sonaba, guardaba el pañuelo y volvía a llorar en silencio y sin moverse. 

Después de un rato, se sacó unos papeles del bolsillo de la chaqueta, y al mirarlos volvieron a caérsele las lágrimas a docenas. Eran unas partituras, las de su opus magna, una sonata a su amada Fiona, la pelirroja más guapa del lugar, la más dulce, la más inteligente, la más..., la más zorra. Esa tarde la había pillado en el patio trasero del pub, con el dueño del bar, ella apoyada en la pared, él pegado a ella, dando golpes de pelvis hasta que la madera crujía, ella bizca y babeando, la muy...

El llanto volvió, esta vez era desgarrador y sonaba como si algo se rompiera. Macintosh lanzó al rio las partituras, prueba de su amor por alguien que le había partido el alma en mil piezas del tetris.

Entonces, en la nocturna bruma escocesa, en la soledad del puente sobre el rio, sono un teléfono. Con la sorpresa de lo anacrónico, a Macintosh se le acabaron las lágrimas, se acercó y levantó el auricular.

- Hola? - sonó la voz femenina al otro lado - como te llamas?

- Sebastian, tu quien eres y porque llamas aqui? - respondió Macintosh un poco borde por la interrupción.

- Me llamo Moira, y te llamo porque este es el teléfono de la esperanza - respondió la voz - lo instalamos para ayudar a quienes pasaban por el puente y no cruzaban nunca el rio. Quieres hablar conmigo?

- Bueno..., no sé..., - titubeó Sebastian - a mi eso de hablar por teléfono no me va, yo si no es cara a cara me pongo nervioso y me corto.

Entonces, encima del teléfono, se encendió una pantalla, y apareció Moira. Era una morenaza espectacular, de largo pelo rizado, una sonrisa enigmática que transmitía calidez, y unos inmensos ojos oscuros realzados con unas gafas de lente redonda que le daban un aire muy divertido.

La noche de bruma escocesa dejó paso a un límpido cielo de luna llena, y la presión del pecho desapareció de golpe en el plexo para cambiar de lugar, haciendo palpitar algo que ya parecía haberse muerto. Eso del coupe de foudre siempre le había parecido una idea exageradamente romántica, y lo de las almas gemelas una invención del new age, y sin embargo aqui estaba él, Sebastian Macintosh Stroganoff, que hacía cinco escasos minutos se iba a tirar por el puente, desengañado del amor, y por esas extrañas conspiraciones del universo, acababa de enamorarse como un tonto de alguien que, por el brillo que vio en sus ojos, por esa sensación de haberla conocido siempre aún sin haberla visto nunca, era su alma gemela. 

Mientras una sonrisa se abría en su cara, en su mente ya estaba componiendo la que, esa sí, iba a ser su opus magna, algo que milenios más tarde aún sería estudiado por los alumnos de música como "la sublime".

domingo, 25 de marzo de 2012

Piedras, hummus y gintonics


El pueblo estaba tan escondido de la civilización que si hubieran seguido las indicaciones del GPS nunca hubiesen llegado. Uno de los coches fue guíado por el camino del norte, el otro tenía otro modelo que lo llevó por el noreste, y solo llegaron al pueblo porque con la humedad la tecnología falló, uno giró a la derecha antes de tiempo, y el otro cogió un desvío comarcal creyendo ver la torre de la iglesia.
Llegaron a la vez a la entrada del pueblo sin ver señales de vida, excepto el perro de la curva. No era pariente de la chica de la curva, pero también tenía un cometido importante. Era el perro que indicaba donde estaba el parking. Era un perro de una educación exquisita, que al pasar por delante estiraba las patas delanteras y todo él se estiraba en una reverencia que te hacía sentir un gran visir.

En el pequeño pueblo, las grandes piedras de los muros susurraban catalán medieval, pero el silencio era el dueño del lugar, no se oían coches, ni pájaros cantando, por un instante parecía un pueblo fantasma, iluminado en amarillo en una agradable tarde de primavera. 

Era un pueblo pequeño, pero mientras paseaban contaron ocho restaurantes, alguno puerta con puerta, seguro que compartían la cocina. Era un pueblo silencioso, pero cuando ellos llegaron ya no hubo sino risas y bromas en voz alta. Era un pueblo pequeño, pero algunos se perdieron buscando la iglesia, no recordaban las calles y callejuelas por las que habían pasado y sus móviles, por ser un lugar fuera del tiempo, se asombraron, y todos sabemos que cuando un móvil se sorprende pierde la cobertura.
Donde estaban no había a quien preguntar, el cura de la iglesia debía estar de viaje, no pasaba ningún coche, y extrañamente no había restaurantes cerca. Pero en la otra parte del pueblo estaba Miquel, un tipo risueño que daba el perfil de un "conseguidor", y que hizo honor a ello indicando a unos donde se habían perdido los otros. Así que los unos y los otros se encontraron, y después de agradecer a Miquel su gran ayuda, se sentaron en la terraza de un bar de la plaza a tomar unas cervezas, unas patatas y unas aceitunas. No volvieron a ver a Miquel en toda la noche, unos dijeron que se habría perdido, otros que le habían visto desaparecer en una gran piedra de la calle mayor.
El resto de la tarde, la noche y parte de la madrugada no puede ser contado haciendole justicia porque hay cosas que solo se entienden si las vives, las respiras y las sientes vibrar en tu pecho. Cada minuto fue mágico y genial, gracioso y cariñoso. Cenaron platos diversos a cual más delicioso (hummus y toro con wasabi y gambas a la miel y más, muchos más). Volvieron a pasear por las calles de piedra, que ya no susurraban en catalán medieval sino que escuchaban a los paseantes, maravilladas de sus risas, de sus anécdotas y de la felicidad que transmitían en cada palabra.

La madrugada acabó entre gintonics y un agua sin gas, viendo danzar lucecitas verdes y rojas en las medievales piedras del local de copas, riendo de todo y de nada, hablando de lo humano y lo divino, es decir, siendo y viviendo, no necesitas más si estás en la compañía adecuada.

Cuando salían del pueblo, se encendieron de nuevo los GPS, los móviles recuperaron el aliento y con ello la cobertura. Mientras se alejaban, el perro de la curva les ladraba un sentido ¡Adiós, volved pronto, ya os echo de menos!, estirándo sus patas delanteras en una reverencia emocionada.

sábado, 10 de marzo de 2012

I believe I can fly...


Él aún no lo sabía, pero era un ángel. Uno especial, además, ya que tenía asignada una misión crítica para toda la humanidad. Pero sus alas aún estaban dormidas, escondidas, no hacían por salir.

Un día caminaba hacia casa al salir de clase, pensando en mil cosas, cuando lo sintió..., tzup..., como un pinchazo sordo, pero como si fuera desde dentro. Se puso tenso, su mente hipocondríaca empezó a dar diagnósticos buscando cebras galopantes cual residente de primer año. Pero el pinchazo no volvió a repetirse, y finalmente lo olvidó.

Dos años más tarde, un jueves por la noche, mientras repartía cartas a sus compañeros de piso en la clásica partida semanal, con la caja de voll-damm lista para ser saboreada, volvió a sentirlo..., tzup..., y esta vez fue un dolor intenso, se produjo a la vez en dos puntos simétricos, y lo dejó  literalmente viendo las estrellas. Se tomó un calmante aún sabiendo que la cerveza no ayudaría, y siguió jugando a cartas aunque con poca suerte.

El día en que cumplía tres veces el número mágico, estaba solo en casa. Se levantó del sofá a por una cola y unos kikos, y de repente el dolor lo atravesó de punta a punta. Ya no era un pinchazo sordo, un tzup suelto que diese por saco. Ahora se trataba de un ataque continuado, tzup..., tzup..., tzup-tzup..., a cada uno de los lados de su cuerpo..., algo estaba desgarrando por dentro, queriendo salir, haciéndose hueco.

De sus experiencias pasadas con el dolor, la mayoría con la migraña, tenía en casa un especial surtido cuétara de pastillas, redondas y beige unas, alargadas y moradas otras. Empezó a tomar un par de las primeras, y como veinte minutos más tarde seguía llorando de dolor, se tomó tres de las otras, directamente el interior de la cápsula de plástico, para ir más rápido. Si no se le calmaba pronto, empezaría a dar golpes de cabeza en la pared, para anestesiar ese dolor inhumano, esa tortura que le estaba volviendo loco.

Entonces, de repente, el dolor cesó, la presión interior se deshizo, ya no quedaba nada por desgarrar ni por abrir ni por salir. Los brazos casi flotaban, sueltos, sin peso, incluso los vellos parecían moverse con suaves pasos de danza acompañando a los brazos en su extraño baile. Al pasarse las manos por delante de la cara, con los dedos medio doblados, la sorpresa de verlos tan grandes se sumaba a la sorpresa de que hubiera tantos dedos..., uno..., seis..., uau..., di-eeeeez-deeeeee-dooooos. 

Estaba de pie pero era como si flotase, en ese momento estuvo seguro de que podía volar, casi sentía sus alas, listas para hacer lo que hacen las alas una vez ya son alas de verdad. Se sentía poderoso, sentía que la misión que siempre ansió tener le había llegado, y estaba dispuesto a afrontar cualquier prueba del universo al respecto de su determinación.

En ese momento..., en ese momento se agotó el efecto de las pastillas, y volvió el intenso tzup-tzup a dar por saco, las dos muelas del juicio queriendo salir sin haber espacio, una abajo a la derecha, otra abajo a la izquierda, ambas presionando en la misma dirección, provocando un dolor de mil demonios. Incluso las alas del ángel se escondieron aterrorizadas, y después de tanto tiempo no se si querrán salir.



jueves, 19 de enero de 2012

Sinestesias (I)


Una tormenta tropical aparece sobre el horizonte. Densos nubarrones negros convergen sobre Rio cabalgando a lomos del viento. En los últimos años han escaseado las tormentas, y las pocas que se producen son más ruidosas, con más cantidad de rayos y truenos, aunque con menos agua que anteriormente. Parece como si el pulmón sudamericano de la Tierra estuviese afectado de bronquitis. Pero esta vez es diferente, se huele en el ambiente que ésta puede ser la madre de todas las tormentas tropicales de la última década. Muchos animales se esconden en sus madrigueras, mientras depredadores oportunistas aprovechan el momento para cazar algún retoño despistado y asustado, separado de la camada. Algunos seres humanos sienten la tormenta cercana en su cuerpo, en forma de reuma, dolor en las prótesis, o migraña.

Eric Fitzroy Barterer no tiene prótesis, ni problemas de reuma, ni sabe lo que es la migraña. En toda su vida no ha padecido ninguna enfermedad digna de mención. Habiendo crecido en un ambiente acomodado y sin riesgos apreciables, es una especie de moderno Juan Sinmiedo. Pero en este momento, gruesas gotas de sudor frío le caen por la cara desde las cejas, y tiene la espalda empapada. La mayor parte de sus músculos están en tensión, agarrotados. Su respiración es agitada, sus inspiraciones, rápidas y cortas. Está hiperventilado, y sus pulsaciones se han elevado considerablemente. Sus ojos grisazulados están inyectados en sangre, y sus pupilas están totalmente dilatadas.

Hoy, como cada noche antes de acostarse, se ha puesto su pijama azul, un pijama clásico, con botones de concha y bolsillo superior izquierdo. Al acercarse la tormenta, el sistema de climatización ha fallado, y el calor ha empezado a aumentar en su habitación. Este hecho, junto a las modificaciones atmosféricas provocadas por la tormenta, han provocado una ligera sobrecarga en el sistema sensorial de Eric. Su sistema nervioso ha reaccionado de forma errónea. El sistema simpático y el parasimpático han entablado una batalla abierta, el primero produciendo noradrenalina y estimulando, mientras el segundo contratacaba produciendo acetilcolina para contrarrestar las acciones de su contrincante. Parece como si todos los aspectos e identidades que componen el núcleo de Eric estuviesen luchando por obtener el control, por instaurar una tiranía.

En este momento su mundo interno se parece a un elefante borracho cargado de porcelana caminando sobre un cable en lo alto de las torres gemelas del World Trade Center. Multitud de impulsos nerviosos se producen entre sus hemisferios, de una forma asincrónica.

Empieza a percibir multitud de sensaciones de una forma caótica. Siente un hormigueo en sus extremidades, como si las terminaciones nerviosas quisieran enviar un mensaje de auxilio al exterior. Siente escalofríos, tiene calor y frío, y suda intensamente, un sudor frío, muy salado. Sus ojos cerrados se ven asaltados por un baile de figuras de colores azules, verdes y amarillos. Sus oídos perciben un zumbido bajo e intenso, que proviene de todos lados a la vez que de ninguna parte. Su nariz, con las aletas dilatadas, husmea el ambiente.

Huele un sonido rojo centelleante, paladea un color disonante y anarmónico, ve una textura ácida y picante, toca un olor que suena a áspero y amargo. Percibe a π en la lámpara de pie, construye pentaominós con los dibujos de la alfombra, y fractales en el papel pintado de las paredes, visualiza las transformaciones del florero en una botella de Klein. Y él mismo es la botella, el florero y la pared. Es la lámpara de pie, y percibe difusamente otra lámpara, deforme, parecida a un extraño perchero azul, con una bombilla halógena inmensa, una lámpara de diseño, con botones de concha y bolsillo izquierdo.

Y es una flor, agitándose inquieta y sintiendo en todo su ser la tormenta que se acerca. Y la tormenta explota en una cascada de truenos y relámpagos. La lluvia cae, intensamente, con rapidez, como si hoy fuese su última oportunidad. Y la flor se agita. El balcón se abre violentamente, claudicando frente al viento. Y la lluvia entra en la habitación, refrescando la flor, modificando la composición de la atmósfera, limpiándola. Y, poco a poco, empieza a oir la lluvia, a oler los árboles cercanos... Siente que vuelve a tener dedos, manos y pies. Vuelve a notar su cabeza encima de los hombros, y siente que todo en su cuerpo está donde él recordaba que estaba.

El sistema de climatización vuelve a ponerse en funcionamiento, ruidosamente, asustándolo. Los animales vuelven a salir a campo abierto. Los seres humanos que tienen la mala suerte de funcionar como barómetro descansan ahora tranquilos, sin que les moleste el reuma, las prótesis o la migraña. Y los restos cansados de la tormenta se alejan lentamente, como si les apenase dejar el lugar.

Nota: publicado con permiso del autor.

domingo, 21 de febrero de 2010

A veces se sueña y se olvida, otras no


Te encuentras caminando por un paisaje húmedo y verde, contrapunto de un fondo azul lleno de irregulares figuras de un blanco algo sucio.

No sabes muy bien donde estás, ni de donde vienes, ni nada de nada. Llevas en tu mano un grueso libro, una novela sobre la vida en una ciudad en un delta, donde aparece descrita la vida de una familia y su lucha por sobrevivir, que consigue disponer de agua en su terreno gracias a un pozo que conecta con el delta.

Entras en una ciudad, caminas por calles torcidas y estrechas. Llegas a una plaza, la misma plaza que describe el libro que llevas en la mano. Escondes la portada del libro para no parecer un turista guiado únicamente por el reclamo de lo que describe la novela de turno. Eres un forastero en esa ciudad, pero nadie se fija en ti, como si no estuvieras.

Desconcertado por encontrarte donde la historia de la novela tiene lugar, sin saber como has llegado, te diriges a la salida de la ciudad. En el trayecto, a pesar de saber que estas en Estados Unidos, te cruzas con una niña que juega y habla consigo misma en catalán.

Sigues por el camino de tierra y yerba, a pie pero casi escalando, como si tuviera que costar irse de alli y te encuentras con un grupo de gente que parece seguir el mismo camino, parecen unos estudiantes..., todos ellos hablando en catalán.

Acabas yendo con ellos a un bar, no sabes bien donde, en la salida de la ciudad, o de vuelta a la misma, o no se sabe bien donde. Comentan contigo ser descendientes de quienes emigraron, aunque no queda claro cuando fue eso, ni entran en detalles ni tu preguntas. Pero queda claro que no hay forma de volver por mucho que quisieran, como si no existiese un lugar donde volver.

Al final te despiertas con una extraña sensación, la de conocer aquel lugar, casi estás seguro de que está en New Orleans, pero no sabes bien el motivo de pensar eso, o si algo te ha hecho pensar en ello.

Mientras te preparas para salir de casa piensas que, como muchas otras veces, ese extraño sueño no se quedará más que unos pocos minutos, y finalmente desaparecerá, deshilachado por el viento de la realidad.

Por la noche, sin embargo, algo te impele a intentar ponerlo por escrito, aunque estás seguro de que muchos de los detalles se habrán ido, incluso es posible que a medida que escribas tu imaginación coja aguja e hilo para darle un pespunte a algo que sino puede quedar un poco deslavazado e inconexo.

domingo, 2 de agosto de 2009

Diosas de carne y hueso


Hace mucho, mucho tiempo, existió un maravilloso y pequeño reino..., Mímame, dicen algunos que se llamaba, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo por no encontrar referencias suficientes..., algunos dicen que en realidad es una alteración fonética de un nombre sin vocales que tenia su origen en la diosa que veneraba ese pueblo, pero la escuela escéptica argumenta que es del todo imposible que nadie en su sano juicio pudiera dar nombre tan dificil a su diosa, que al adorarla casi parecería que estaban saboreándola como un helado de chocolate, y que tal forma de amar solo se da, y con matices, en diosas hindúes de muchos brazos...

Cuenta la leyenda que en el reino sucedian normalmente las cosas más extraordinarias, lo que para nosotros son extrañas y sorprendentes co-incidencias eran para sus habitantes el pan nuestro de cada dia..., aunque para nuestra común vida no puede sino maravillarnos, para ellos era de lo más normal. Hay infinidad de estudios matemáticos y físicos, a cual más oscuro, sobre cual pudo ser el origen de tamaña alteración de la entropía y demás leyes del universo, pero la belleza de ese reino no puede explicarse con tan prosaicas palabras.

Relatos costumbristas cuentan que, por ejemplo, estaba el jardinero mayor del reino recortando los bonsais de palacio, pensando en que debia comprar leche antes de volver a casa..., y pasaba el lechero por su lado, con dos botellas que le habian sobrado porque la gata de la princesa estaba de mal humor y no tenia sed, o que lo más normal era que hablaran dos amigos de cualquier cosa y empezara uno las frases..., y el otro las acabara, y a veces, solo a veces, cuando aun eran unos críos y les distraia el trinar de los pájaros, acababan las frases al mismo tiempo, con idénticas palabras, el mismo tono y las mismas pausas.

Por antiguas publicaciones que se conservan a duras penas, sabemos también que era de lo más habitual una modalidad de humor que dificilmente podemos asimilar y del que desgraciadamente no podemos explicar el significado, ya que si no se ha perdido parte de la información, si no la hemos interpretado mal, el chiste de moda..., el mejor chiste de todos los tiempos..., era el que a continuación transcribimos: “Tú también? Me matas!”

En la literatura, nos han dejado bellisimas narraciones y poemas, y aunque la época es muy anterior a lo que fué nuestra Alta Edad Media, nos sorprenden por su similitud con ella los títulos de sus obras más relevantes, como los poemas románticos en prosa poética “Mi bella dama Galadriel, por vos feliz daria mi vida”, “Tu infinita paciencia”, o “ A vos, mi fiel Dama Duende”, los tres de quien parece firmaba como Caballero Azul, o los brillantes poemas en verso clásico “Leyenda”, “Ocho octavas reales” o el “Sainete de Don Adrian y Doña Ana”, los tres de quien firmaba como Dama Duende. Hay quien osa afirmar, por la cantidad de coincidencias y lugares comunes, que ambos escritores eran en realidad una misma persona bajo dos seudónimos, pero eso nunca lo sabremos ya que no queda constancia en ningún sitio, quizás es tan solo una bella metáfora de algún escritor romántico.

Analizando lo que se publicaba en ese reino en su época de máximo esplendor, casi renacentista, digámoslo así por aproximarlo a nuestra historia, podemos decir que sus gentes eran de lo más ecléctico y que, al contrario que nuestro febril mundo de hoy, leer y escribir era una pasión, y para ser un pequeño pais, casi cada semana aparecian nuevos artículos y ensayos, nuevos relatos, poemas y narraciones. La mayoría de artículos y ensayos versaban sobre complejos estudios interdisciplinares, algunos tan curiosos como “La estadística en genealogía. La adecuada elección del nombre”, “La filosofia, el zen, y el amor tranquilo”, “La sociedad y la no-comunicación”, “La mecánica cuántica y el laser semiconductor, QD y SOA”, incluso uno que deseamos destacar por ser considerado por todo el mundo una “opus magna” a pesar de que pocos la entienden y es de dificil clasificación en nuestro común sistema de encuadrar las obras en algún lugar: “Entropía y degeneración del mensaje, distorsión polarizada en el sistema neural del receptor”.

Aunque habitualmente se hablaba lo que denominaban mimamés estandar, parece que ciertas familias cuyo origen se remonta a la creación del reino, tenian expresiones que les eran propias y que mantenian intactas con el paso del tiempo, algunas parece que solo unos pocos podian entenderlas al perderse su significado en el inicio de los tiempos, a destacar, por su rareza, expresiones como “ful de estambul”, o “ni por saber morir”, aunque la mas usada parece que era “andando y viendo”. En alguna pequeña aldea del noreste del reino, existia una variante del idioma estandar, donde tambien se hablaban otros dos idiomas, aunque éstos solo en ocasiones muy concretas, suponemos que por su frecuente relación con reinos vecinos.

Debemos resaltar, por lo excéntrico de las mismas, las publicaciones de la escuela de ensayos filológicos, publicadas en dos volúmenes, una en una extraña variante de mimamés estandar, y la otra en lo que parece llamaban “deoderlang”, y por lo que hemos podido entender, parece que en ambas obras se usó el curioso método de escribir fonéticamente en esos idiomas.

El humor y el gusto por la ironia y los juegos de palabras dieron para mucho si nos basamos en la cantidad de publicaciones en ese ámbito, algunas que realmente ni conseguimos entender, como “El placer y la gastronomía, o la gastronomía del placer”, “Mi Heidi fucsia”, o “Uats ap, doc?”. Nadie sabe cómo es posible que si comparamos este último título con la expresión más habitual de un personaje de Disney haya tal similitud, aún más teniendo en cuenta que nuestro archiconocido dibujante de cómics es muy posterior en el tiempo al reino de Mímame.

Por algun curioso motivo, y según aparece en los pocos planos del palacio que se conservan, todas las puertas tenían un ingenio retráctil y flexible en los pomos y se doblaban hacia adelante, y se refleja en una breve nota adjunta, antiquísima por lo que parece, que quien diseñó la primera puerta con tal curioso mecanismo tenia problemas de equilibrio y era muy despistado, por lo que siempre chocaba con el umbral y se desgarraba los bolsillos de la chaqueta en el pomo, pero nos resulta dificil de creer que tal cosa sea posible.

En heráldica, tan solo se ha encontrado el escudo de la familia real, parece que no estaba permitido a los señores feudales el disfrutar de tal honor, y una vez restaurado con los mayores cuidados, debemos reconocer que es muy bello. El fondo es de suave campo azul verdoso (y aqui debemos reflejar que las más insignes estudiosas de la materia se empeñan en decir que es un campo verdiazul, pero esa batalla pertenece a otros el librarla) con una verde y frondosa acacia en el lado derecho, por encima de un azul riachuelo, y coronado con la divisa, en rojo fuego “Gracias por estar ahi y por dejarme ser”. No ha sido posible encontrar el origen del diseño ni su historia, y tan solo tenemos su poética descripción en el poema “Tu infinita paciencia” del Caballero Azul, no sabemos si tal autor tenia sangre real, o si sencillamente lo usó como metáfora de su amor romántico.

En la mitología, contrariamente a lo que sucedia en nuestros origenes politeistas, parece que desde siempre tuvieron por costumbre venerar a la diosa Mmm, de ahi el nombre del reino por lo que parece. Pero contrariamente a los cánones al uso en nuestra mitología, según nuestros estudios no adoraban ni imagenes ni estatuas frías y estáticas, bellamente cinceladas e irreales, vanos ideales de algo inexistente, sino que elegían, cada cierto tiempo, unos dicen que cada veintisiete años, otros que setenta-y-tantos, a una bella pero sencilla mujer del reino, para reflejar en ella misma su propia divinidad, y para reflejarla también en todos ellos, y así, en el Dia Anual de la Diosa, que según nuestro calendario sería el dia treinta del mes de marzo, todos se colgaban del cuello un espejo, y asi podian verse a si mismos al mirarse en el otro, y saberse amados y ser, solo en parte, dioses, sencillos dioses de carne y hueso.

No sabemos a ciencia cierta qué pasó con ese reino, ya que como Shangri-La, todos lo buscaron y nadie lo encontró o volvió para contarlo, y solo nos quedan documentos, leyendas, y relatos de tercera mano, pero hay quienes dicen que sus habitantes, cansados de recibir visitas, fletaron un cohete a las estrellas, y que en las noches de luna llena, desde el dos de febrero hasta el treinta de marzo, si fijamos la vista al final de la Osa Mayor, veremos brillar, a veces en azul, otras en verde, varias en fucsia, una estrella doble que no aparece en los mapas estelares y que parece opaca a todos los radiotelescopios del mundo.

Leyenda? Realidad? Quien sabe..., pero dicen que las leyendas siempre tienen algo de verdad en su origen, y pensar eso no hace mal a nadie, todos necesitamos una cierta dosis de misterio y leyenda en nuestras vidas...

domingo, 29 de marzo de 2009

La leyenda de los tres angeles


Érase una vez..., un país muy pequeñito..., tan pequeño que al irse a dormir, si los pies se salian de la cama, se quedaban toda la noche en el pais vecino

En ese pequeño país, a un pasito del extremo noreste, en un bosquecillo de acacias enanas, vivia un duendecillo azul, en una pequeña cabaña de madera de roble, con una chimenea tan grande que casi no dejaba espacio para muebles, solo una cama, una silla, y en una de las paredes varias repisas con cientos de libros apilados uno encima del otro.

Ese duende azul vivía solo, y cada noche se sentaba en el porche, fumando en su cachimba de pino, mirando las estrellas, y las contaba, y cuando sus ojos cansados perdian la cuenta, volvia a empezar, seguro de que un dia..., un dia..., no se cansaría y sabría, finalmente, cuantas había...

Vivía solo, pero no estaba triste, estaba bien consigo mismo, y con la naturaleza, y tenia sus libros, alguno de los cuales habia leido once veces. A veces escribia, con una tinta azul y una curiosa pluma roja de algún ave ya desaparecida..., escribia extraños poemas medievales, relatos de mundos inventados, cualquier cosa que le saliese de dentro, aunque a veces salian cosas que mejor se hubieran quedado calladitas un poco más, tan solo unos años más, porque, como todos, el duende tenia historias inacabadas, de recuerdo agridulce.

Recordaba, a veces con tristeza y melancolía, otras con orgullo y felicidad, los añorados viejos tiempos, aquellos en que las cosas eran diferentes..., las épocas antiguas, donde las fiestas eran fiestas, y se bebía hidromiel..., y los tomates sabian a tomate, y las cosas eran siempre lo que parecían y no todo lo contrario..., donde las leyendas eran ciertas y podias creer que el destino no te jugaría malas pasadas, porque, al fin y al cabo, tu eras el héroe del cuento.

La leyenda que un día le explicaron sobre sus antepasados aún le producía, al recordarla, emociones intensas, aún se maravillaba de la magia que por fuerza tuvo que intervenir, aunque a ratos pensaba que no eran sino historias al calor de la chimenea, basadas en parte en algo que realmente sucedió, pero que con el tiempo se habian ido embelleciendo, añadiendo cosas que eran cuando menos inciertas.

En su casa la familia hablaba con emoción de la leyenda de su tatarabuelo, el primer duende azul que se aventuró más allá de la frontera, quien tuvo la suerte de ser bendecido por los hados, y que en un corto espacio de tiempo, encontró a sus tres ángeles, algo que muy pocos, casi ninguno en realidad, pueden disfrutar en el transcurso de su vida.

Un angel, decían, era el de la inocencia y la pureza, del amor limpio y sin ambages, sin interés compuesto ni hipotecas, tan intenso y desprendido que si no ibas con cuidado el corazón amenazaba romperte las costillas..., un angel que no te esperas nunca encontrar pero que cuando lo encuentras, te ata con una dulce cuerda elástica, y ya no te deja ir, ni tú quieres irte, y cuando la cuerda estira un poco, sabes que debes volver a su lado. Y ese angel, decían..., ese angel lo conoció lo menos dos veces que se sepa..., una vez lo perdió al escapársele subido en un cometa, pero años más tarde lo volvió a encontrar y era el mismo de entonces..., distinto pero sin embargo el mismo.

Un segundo angel era con el que te reias de las cosas más simples, el que, incluso en la distancia, te daba mucha ternura y cariño, que te amaba, sin saber muy bien cómo, a su especial manera, sin saber bien qué nombre ponerle, pero claramente y sin tapujos. Su abuela le contaba que su tatarabuelo decía que con ese angel a su lado podría descender a los infiernos con la seguridad de que ambos volverían sanos y salvos, y reforzados. Su abuela le contaba que, en palabras del tatarabuelo, de todos los angeles que dicen conoció y de aquellos que intentaban ganarse las alas, a ese angel en particular, le regaló la mayor parte de su corazón, y aún así se sentía como en la gloria.

Un tercer angel era el que estaba contigo incluso sin estar, a veces sin verlo en años se te aparecía de repente al lado, y seguia conversaciones de antaño por donde lo habiais dejado, con el que reias de todo y de nada, con el que discutiais de lo humano y lo divino. Ese angel era parte de ti, lo habias conocido siempre, sabia más de ti que cualquier otro, y a la vez había dejado le conocieses por dentro como nunca permitió a ninguno de los de su especie.

Dicen que mi tatarabuelo no cabía en si de gozo cuando consiguió tener a su lado a esos tres angeles..., y lo envidio, creedme que sí..., aqui solo, en mi cabaña en el bosque, esperando..., a ver si pasa alguien por el camino..., y se sienta en el porche conmigo, a contar las estrellas..., así entre los dos seguro que las contamos todas..., un dia...

sábado, 28 de marzo de 2009

Renascitur


En un lejano pasado...

Una simple y amarga lágrima, de oscura plata fundida, llena de confuso dolor, y el ave ardió, el fuego empezó desde su centro y las llamas amarillas y naranjas llegaron en segundos hasta la última de sus rojas plumas remeras, dejando grises cenizas humeantes a su paso..., cenizas oscuras que el viento norteño dispersó por las montañas y los mares..., asegurándose de alejar el más mínimo rastro de dolor.

En un pasado más o menos reciente...

Una simple y dulce lágrima, de luminosa y áurea envoltura, llena de cariñosa ternura, cayó sobre unas pocas cenizas grises ya añejas y olvidadas, y de pronto, en un torbellino, éstas empezaron a danzar como derviches, se arremolinaban en extrañas figuras geométricas, y en breve llegaban más grises cenizas, unas del norte y muchas más del noreste, algunas con humedad salina, otras con restos de tierras rojas, unas con cristales de hielo, otras con hojas de pino.

En muy poco tiempo, las cenizas dieron forma a algo parecido a una roja pluma remera, no muy roja, ni muy fuerte, en realidad casi ni era una pluma remera..., pero ya no era tampoco un simple montón triste de grises cenizas..., era algo diferente, algo nuevo..., algo..., algo vivo. Aún faltaba tiempo, agua de lluvia, minerales, y mucha más ternura, pero esa pluma..., esa pluma solo podia pertenecer al ave que antes planeaba los acantilados marinos y los valles montañosos, y seguramente..., un dia..., no muy lejano..., volveria a surcarlos con fuerza renovada.

En un presente actual...

Una pluma encarnada se endereza ligeramente, moja su punta en el mar y bebe el aliento del viento. Ha pasado un tiempo, quizás algo más de lo que podría parecer necesario..., y se nota..., se nota en un vuelo más pausado, en las plumas granate donde antes hubo rojo fuego, en los ojos tristes al no saber de otras aves con quien surcó los cielos y los infiernos. Pero es innegable que está volando de nuevo, y en su cabecita aparecen otra vez visiones de lejanos lugares donde fué feliz, lugares que le llaman..., vuelve..., te echamos de menos!