Él aún no lo sabía, pero era un ángel. Uno especial, además, ya que tenía asignada una misión crítica para toda la humanidad. Pero sus alas aún estaban dormidas, escondidas, no hacían por salir.
Un día caminaba hacia casa al salir de clase, pensando en mil cosas, cuando lo sintió..., tzup..., como un pinchazo sordo, pero como si fuera desde dentro. Se puso tenso, su mente hipocondríaca empezó a dar diagnósticos buscando cebras galopantes cual residente de primer año. Pero el pinchazo no volvió a repetirse, y finalmente lo olvidó.
Dos años más tarde, un jueves por la noche, mientras repartía cartas a sus compañeros de piso en la clásica partida semanal, con la caja de voll-damm lista para ser saboreada, volvió a sentirlo..., tzup..., y esta vez fue un dolor intenso, se produjo a la vez en dos puntos simétricos, y lo dejó literalmente viendo las estrellas. Se tomó un calmante aún sabiendo que la cerveza no ayudaría, y siguió jugando a cartas aunque con poca suerte.
El día en que cumplía tres veces el número mágico, estaba solo en casa. Se levantó del sofá a por una cola y unos kikos, y de repente el dolor lo atravesó de punta a punta. Ya no era un pinchazo sordo, un tzup suelto que diese por saco. Ahora se trataba de un ataque continuado, tzup..., tzup..., tzup-tzup..., a cada uno de los lados de su cuerpo..., algo estaba desgarrando por dentro, queriendo salir, haciéndose hueco.
De sus experiencias pasadas con el dolor, la mayoría con la migraña, tenía en casa un especial surtido cuétara de pastillas, redondas y beige unas, alargadas y moradas otras. Empezó a tomar un par de las primeras, y como veinte minutos más tarde seguía llorando de dolor, se tomó tres de las otras, directamente el interior de la cápsula de plástico, para ir más rápido. Si no se le calmaba pronto, empezaría a dar golpes de cabeza en la pared, para anestesiar ese dolor inhumano, esa tortura que le estaba volviendo loco.
Entonces, de repente, el dolor cesó, la presión interior se deshizo, ya no quedaba nada por desgarrar ni por abrir ni por salir. Los brazos casi flotaban, sueltos, sin peso, incluso los vellos parecían moverse con suaves pasos de danza acompañando a los brazos en su extraño baile. Al pasarse las manos por delante de la cara, con los dedos medio doblados, la sorpresa de verlos tan grandes se sumaba a la sorpresa de que hubiera tantos dedos..., uno..., seis..., uau..., di-eeeeez-deeeeee-dooooos.
Estaba de pie pero era como si flotase, en ese momento estuvo seguro de que podía volar, casi sentía sus alas, listas para hacer lo que hacen las alas una vez ya son alas de verdad. Se sentía poderoso, sentía que la misión que siempre ansió tener le había llegado, y estaba dispuesto a afrontar cualquier prueba del universo al respecto de su determinación.
En ese momento..., en ese momento se agotó el efecto de las pastillas, y volvió el intenso tzup-tzup a dar por saco, las dos muelas del juicio queriendo salir sin haber espacio, una abajo a la derecha, otra abajo a la izquierda, ambas presionando en la misma dirección, provocando un dolor de mil demonios. Incluso las alas del ángel se escondieron aterrorizadas, y después de tanto tiempo no se si querrán salir.
uno no debería reconocerlo, pero las alucinaciones de ese estilo son más comunes de lo esperado. Muy buen relato.
ResponderEliminarEl autor tampoco reconoce nada, dice que todo es producto de su imaginación :-)
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