Érase una vez..., un país muy pequeñito..., tan pequeño que al irse a dormir, si los pies se salian de la cama, se quedaban toda la noche en el pais vecino
En ese pequeño país, a un pasito del extremo noreste, en un bosquecillo de acacias enanas, vivia un duendecillo azul, en una pequeña cabaña de madera de roble, con una chimenea tan grande que casi no dejaba espacio para muebles, solo una cama, una silla, y en una de las paredes varias repisas con cientos de libros apilados uno encima del otro.
Ese duende azul vivía solo, y cada noche se sentaba en el porche, fumando en su cachimba de pino, mirando las estrellas, y las contaba, y cuando sus ojos cansados perdian la cuenta, volvia a empezar, seguro de que un dia..., un dia..., no se cansaría y sabría, finalmente, cuantas había...
Vivía solo, pero no estaba triste, estaba bien consigo mismo, y con la naturaleza, y tenia sus libros, alguno de los cuales habia leido once veces. A veces escribia, con una tinta azul y una curiosa pluma roja de algún ave ya desaparecida..., escribia extraños poemas medievales, relatos de mundos inventados, cualquier cosa que le saliese de dentro, aunque a veces salian cosas que mejor se hubieran quedado calladitas un poco más, tan solo unos años más, porque, como todos, el duende tenia historias inacabadas, de recuerdo agridulce.
Recordaba, a veces con tristeza y melancolía, otras con orgullo y felicidad, los añorados viejos tiempos, aquellos en que las cosas eran diferentes..., las épocas antiguas, donde las fiestas eran fiestas, y se bebía hidromiel..., y los tomates sabian a tomate, y las cosas eran siempre lo que parecían y no todo lo contrario..., donde las leyendas eran ciertas y podias creer que el destino no te jugaría malas pasadas, porque, al fin y al cabo, tu eras el héroe del cuento.
La leyenda que un día le explicaron sobre sus antepasados aún le producía, al recordarla, emociones intensas, aún se maravillaba de la magia que por fuerza tuvo que intervenir, aunque a ratos pensaba que no eran sino historias al calor de la chimenea, basadas en parte en algo que realmente sucedió, pero que con el tiempo se habian ido embelleciendo, añadiendo cosas que eran cuando menos inciertas.
En su casa la familia hablaba con emoción de la leyenda de su tatarabuelo, el primer duende azul que se aventuró más allá de la frontera, quien tuvo la suerte de ser bendecido por los hados, y que en un corto espacio de tiempo, encontró a sus tres ángeles, algo que muy pocos, casi ninguno en realidad, pueden disfrutar en el transcurso de su vida.
Un angel, decían, era el de la inocencia y la pureza, del amor limpio y sin ambages, sin interés compuesto ni hipotecas, tan intenso y desprendido que si no ibas con cuidado el corazón amenazaba romperte las costillas..., un angel que no te esperas nunca encontrar pero que cuando lo encuentras, te ata con una dulce cuerda elástica, y ya no te deja ir, ni tú quieres irte, y cuando la cuerda estira un poco, sabes que debes volver a su lado. Y ese angel, decían..., ese angel lo conoció lo menos dos veces que se sepa..., una vez lo perdió al escapársele subido en un cometa, pero años más tarde lo volvió a encontrar y era el mismo de entonces..., distinto pero sin embargo el mismo.
Un segundo angel era con el que te reias de las cosas más simples, el que, incluso en la distancia, te daba mucha ternura y cariño, que te amaba, sin saber muy bien cómo, a su especial manera, sin saber bien qué nombre ponerle, pero claramente y sin tapujos. Su abuela le contaba que su tatarabuelo decía que con ese angel a su lado podría descender a los infiernos con la seguridad de que ambos volverían sanos y salvos, y reforzados. Su abuela le contaba que, en palabras del tatarabuelo, de todos los angeles que dicen conoció y de aquellos que intentaban ganarse las alas, a ese angel en particular, le regaló la mayor parte de su corazón, y aún así se sentía como en la gloria.
Un tercer angel era el que estaba contigo incluso sin estar, a veces sin verlo en años se te aparecía de repente al lado, y seguia conversaciones de antaño por donde lo habiais dejado, con el que reias de todo y de nada, con el que discutiais de lo humano y lo divino. Ese angel era parte de ti, lo habias conocido siempre, sabia más de ti que cualquier otro, y a la vez había dejado le conocieses por dentro como nunca permitió a ninguno de los de su especie.
Dicen que mi tatarabuelo no cabía en si de gozo cuando consiguió tener a su lado a esos tres angeles..., y lo envidio, creedme que sí..., aqui solo, en mi cabaña en el bosque, esperando..., a ver si pasa alguien por el camino..., y se sienta en el porche conmigo, a contar las estrellas..., así entre los dos seguro que las contamos todas..., un dia...
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