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sábado, 31 de octubre de 2020

Samhain en un año raro

El día de Samhain, a las 8 de la mañana, Shamrock López abrió los ojos, extrañado por despertar tan pronto ya que era sábado y había estado con su chica hasta las 3 AM. Más extraño aún era el hecho de no estar nada cansado ni con dolor de cabeza, ni le dolía el hombro derecho por dormir de ese lado con el brazo bajo la almohada, ni le dolía el dedo gordo del pie izquierdo, ni siquiera sentía la vieja herida de la rodilla de cuando de niño, al cruzar pa subir al coche que lo llevaría a la escuela, se dió contra el asfalto dejando casi visible la rótula.

Pero como últimamente le pasaban cosas de lo más curioso, como si alguien en las alturas jugase con él al mus con cartas de póker, no se pre-ocupó, se levantó, se desnudó, se pesó, y preparó el café mientras se vestía, aunque con el calor que hacía no hubiera hecho falta, excepto por los vecinos de la parte trasera del edificio.

En cuanto salió a la calle, Shamrock López sintió algo raro en el ambiente, a pesar de llevar mascarilla "de las buenas" el aire le olía raro, como a sándalo y humo, la luz del sol era mortecina, y la brisa susurraba aunque no se entendía bien lo que decía. <<Que cosas más raras para un sábado>> se dijo mientras entraba en la ferretería a por silicona para arreglar una fuga de agua.

Al entrar, Shamrock presenció algo que le volvió a encender las alarmas de rareza, un viejete vestido de azul y con cara de pitufo gruñón le gritaba a la pobre cajera "Quiero que me deis una nueva sierra, que esta se me ha roto! Cómo que tengo que comprar otra? ¿Ya de paso también compro otro bastón, no? ¡A la mierda!", y agarrando un carrito lleno de bolsas que supuraban cierto líquido pardusco salió con la sierra rota en la mano, una sierra que parecía tener algo enganchado en la zona de corte, aunque no se veía bien que era.

Al salir con la silicona y de camino al super, Shamrock se cruzó con un par de niños que mientras se acercaban parecía iban disfrazados de esqueletos, pero al estar a un metro vió con ¿sorpresa? ¿horror? ¡ojiplático! que los huesos que se les veian no estaban pintados ni era un disfraz. ¡Eso era imposible! <<¿Le puse azucar al café o era otra cosa?>> se preguntó mientras llegaba al super.

Al entrar al super la cosa empeoró, todas las cajeras llevaban medio rotos los pantalones y las mangas del uniforme, y las cicatrices de sus brazos y su cara goteaban sangre, porque aquello no podia ser salsa de tomate, demasiado densa, rojo granate. Pero eso era imposible, ¿que narices estaba pasando?

Apresurándose para volver a casa, Shamrock tropezó, cayó en plancha en la calle, y desde el suelo vió llegar el autobús del barrio a toda velocidad, pitando porque no podría frenar a tiempo. Viendo pasar toda su vida en un instante, sobre todo el último mes, que lo otro no era demasiado relevante en comparación, se encomendó a las Diosas esperando no sentir dolor.

Un rato más tarde Shamrock López abrió los ojos, seguía en el suelo, con la pierna derecha en uve y sin zapato, con el brazo izquierdo doblado por tres sitios, una oreja medio colgando, y algo metálico le atravesaba a la derecha del ombligo. Pero a pesar de ello no sentía dolor, ni sentía miedo, y estaba en paz consigo mismo, porque finalmente el dolor, la rabia y la inexplicable angustia que en los últimos tiempos le impedía hasta comer habían desaparecido del todo.

¡Qué más daba tener huesos rotos, la pierna en uve, y una oreja colgando!, ¡Si era feliz todo lo demás era superfluo!.

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