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viernes, 24 de febrero de 2012

Un coctel algo complicado...

Era un viernes por la noche, era un fria noche de diciembre, era la feliz noche del día diez de diciembre, y era viernes.

Alberto estaba en el casino de la colonia militar, con sus padres y con su novia, sentados los cuatro en una mesa, bromeando.

Era una noche feliz ya que esa noche había una fiesta con baile en el casino, y para Alberto era la primera fiesta con baile con su novia. Lo del baile era algo que le tenia preocupado, con sus dos pies izquierdos, pero no encontraba excusa alguna para evitar lo inevitable. Debería sacar de la memoria los pasodobles en la plaza del pueblo donde veraneaba y donde corría delante de las vaquillas, aunque claro, con kalimotxos y txurrimuskis se baila hasta el tango...

La sala, con iluminación suave y azulada, y uno de esos globos psicodélicos en la pista de baile, estaba repleta, el cabo Peinado y su mujer, la "sargento" Maria, en una mesa, el teniente Nevado y su mujer, la "capitana" Isabel, sentados junto al coronel de la base, un tal Pajarín, que había venido sin la mujer porque lo acababan de trasladar, y casi todos los chicos de la edad de Alberto, aprovechando la fiesta para pasárselo en grande. En la barra y pasando por las mesas iban los soldados haciendo de camareros, evitando como podían a los sargentos y los tenientes que ya llevaban varias copas de más para no tragar noches de calabozo o imaginarias de una semana.

Se acercó un camarero-soldado a la mesa de Alberto, y con un saludo militar al padre de Alberto les preguntó que deseaban tomar. El padre de Alberto es muy clásico y pidió un pacharán, la madre una copa de rioja, la novia de Alberto una cerveza, y Alberto, en un alarde de demostración de lo que entonces era estar "in" en brebajes alcohólicos, pidió un destornillador. El camarero le preguntó que si grande o pequeño, y Alberto dudaba, el quería un lingotazo, pero delante de su padre y siendo un poco joven era mejor no pasarse, así que lo pidió "normal" (que "pequeño" le sonaba a chupito).

Mientras esperaban las copas, sonó una canción que a la novia de Alberto le gustaba mucho, y no hubo remedio, ella se levantó, y Alberto se tuvo que levantar, ella se dirigió a la pista, y Alberto la tuvo que seguir, ella se giró y abrió los brazos a diferente altura, y Alberto supo que esta vez no se iban a abrazar y darse un revolcón, esta vez iban a bailar, y ella, pobre ingenua, recibir un pisotón.

La luz del techo iluminaba a Alberto y su novia mientras daban lentas vueltas, tan lentas que era dificil dar un mal paso y pisar ningún pie, y la luz hacia brillar los ojos de su novia, maquillados como si llevasen pequeñas lentejuelas. El baile resultó ser mágico, y Alberto casi perdió la noción del tiempo mientras giraba lentamente alrededor de esos ojos magnéticos, mientras miraba a través de ellos y vislumbraba el alma que allí habitaba.

Al acabar ese maravilloso baile, volvieron a la mesa, y mientras se sentaban, apareció el soldado-camarero con una bandeja donde llevaba una copa de rioja, una caña de cerveza y una copa de pacharán. Una vez hubo depositado en la mesa esas copas, el soldado se dirigió a Alberto, con una expresión algo compungida, casi pidiendo perdón...

- No sé si servirá - dijo el soldado a Alberto - pero no he encontrado nada mejor - dijo el soldado, mientras ponía encima de la mesa, con suavidad, un destornillador de punta de estrella.

4 comentarios:

  1. seguro que el pobre Alberto se c... en sus muertos y en todo el ejército!

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    1. No creas..., los padres de Alberto, su novia, y él mismo se partieron la caja durante un buen rato a costa del apuro del pobre soldado. Treinta años más tarde yo me pregunto..., qué hubiera pasado si la novia de Alberto, en lugar de una birra, hubiera pedido un Bloody Mary? :-)

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    2. Resultaría un relato de terror entonces. Y se me viene a la mente cómo resolvería un "Long Island Ice Tea" ...

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    3. Ese es "fácil", hay que tener en cuenta que eran militares de aviación y había americanos en la base. Tal cual me lo cuenta Alberto, el soldado hubiera pillado un caza, ido a Long Island, comprado un te helado, para volverse volando (literalmente) a la fiesta.

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