En Barna subí a un Boeing, (...), y en Varna bajé de un Tupolev, el último vuelo del dia.
En el paréntesis, había perdido mi maleta, me había quedado casi sordo por los motores del pequeño avión ruso, acojonado por su suelo de madera (y sin saber si había algo debajo), curioso al divisar caballos galopando mientras volaba, agradecido por la naranja (fruta natural, no ese extraño brebaje indefinible del resto de vuelos) y preguntándome si sería verdad que los aviones de hélice eran más seguros al poder planear en lugar de caer a plomo (y sin el menor deseo de comprobarlo).
En el aeropuerto la búsqueda de mi maleta fué, como era de esperar, por signos: señalando fotos de maletas de distintos colores y formas, con asas, sin asas, con ruedas y sin ellas, con candados, con combinaciones, qué-sé-yo!. Sin nada más que mi pasaporte y mi cartera, salí de la terminal esperando encontrar taxi, aunque a esas horas solo estábamos el guardia de seguridad del aeropuerto, la señora de las maletas (sin mi maleta), y yo.
Al final conseguí taxi..., aunque sin taxímetro..., pensé que allí era algo habitual. Al llegar al hotel me cobraron cuatro chavos aunque me jugaría un huevo de pato a que para ellos era pasta gansa. Entrar en un hotel sin maleta es como jugar a fútbol sin pelota, y si estás en el extranjero y sabes que ni el inglés te servirá te encuentras un poco-bastante jodido, y si es cerca de medianoche y estás sin cenar, sin un decente rum servis..., bueno, que no es forma de empezar nada.
De todas formas..., a eso de la una de la madrugada llaman a mi puerta..., abro..., y encuentro delante a mi pobre maleta, mirándome cansada. Parece que llegó desde Barna y a ella si que la facturaron en Sofia en el vuelo que yo tenia que coger, aunque si llegó en un vuelo antes que el mio..., donde narices estaba y porque la señora de las maletas no me dijo que había una maleta sin dueño?
Al dia siguiente todo era ya otra cosa, hacia solecito y empezaba el congreso que servía de excusa para el viaje. Empezó un anciano entrañable, de esos con perilla y pelo blanco ensortijado, de esos que ves brillar sus ojos con el genio, la matemática y la verdad.
Al principio pensaba que me habia equivocado de congreso, hasta que me di cuenta..., el muy bribón hablaba en ruso..., y el resto de asistentes le entendían..., yo era el único infiltrado que no era del Este, con mi "european english", y a duras penas lo pude seguir por algunas palabras de origen francés y fórmulas de la presentación. Nadie se quejó aunque el idioma oficial era el inglés, nadie le puso pegas, pero es que Rusia siempre fué Rusia, y el tipo era un ruso de cierto renombre..., o al menos era ruso.
En esa primera noche nos reunimos unos cuantos conferenciantes intercambiando ideas científicas de lo más importantes: la deslumbrante belleza eslava de las mujeres del pais, la genialidad de la música clásica, el paisaje casi mediterráneo de los pinos en los riscos del Mar Negro..., y un trozo del mejor tocino acompañado del mejor vodka ucraniano, destilado en casa en una columna de 21 platos (de algo tiene que servir lo que te explican en la facultad, no?), de lo más puro y sin los subproductos causantes de la resaca. Mi conferencia era la primera de la siguiente mañana, y esa noche llegué a mi habitación sin tocar las escaleras..., suerte que el vodka no dejaba resaca.
Creo recordar que al dia siguiente entendí todas las demás presentaciones, fueran en inglés o en ruso, da lo mismo. Al final, de Barna a Varna solo había una letra de diferencia...
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