En una galaxia muy lejana, de cuyo nombre no me acuerdo, había un
pequeño planeta que tenía un pequeño pais justo donde el cielo y el mar
se encontraban al amanecer.
Allí, en una pequeña playa de rocas, vivía una maga blanca que
siempre vestía de negro, salvo en verano, que era cuando vestía de
blanco y se anudaba un foulard morado al cuello.
Por las mañanas la maga blanca siempre preparaba encantamientos para
los lugareños, por las tardes siempre tocaba el chelo, y por las noches
siempre se ponía a estudiar en los libros de magia más arcanos, tenía
miles de ellos en un artefacto mágico de su invención que llamaba "el
trasto ese de los libros".
Cada día era igual, salvo las noches de viernes, que se reunía con
otras magas y magos para discutir sobre alta magia, bebiendo hidromiel y
explicando historias milenarias de cuando las cosas eran como parecían y
los tomates sabían a tomate.
Una noche de viernes, hace casi veinte años, un mago azul marino le
confesó que le regalaba toda su magia y parte de su alma si ella se
hacía su novia. Pero la maga blanca, aunque lo quería, no lo amaba, y le
dio calabazas.
Como era una maga muy buena y no quería hacerle daño le regaló al
mago azul marino unas calabazas mágicas. De esta manera el mago azul
marino y la maga blanca continuaron siendo amigos, viendose los viernes
por la noche, bebiendo hidromiel y protestando por el poco sabor de los
tomates.
Pero hay algo que no sabeis, y es que la magia no es eterna, y llegó
un día en que se acabaron los purés de calabaza y los pasteles de
cabello de angel y las calabazas ya no fueron mágicas nunca más.
Ese día, o mejor dicho esa noche, que además era una buena noche o,
como la llamaban en ese planeta, nochebuena, al mago azul marino se le
destapó la nariz (estaba resfriado), se le destaparon los oidos (estaba
muy resfriado) y se le destapó el corazón y parte del alma (ya he dicho
que estaba muy resfriado) y entonces recordó, entonces despertó, y la
realidad le explotó en el pecho, tan y tan fuerte, que estuvo tres
noches sin dormir.
Ahora entendía porque cuando ella lo miraba, el se sentía crecer.
Ahora entendía porque cuando ella le daba la mano, como ese día que
fueron a visitar a la maga cubana, estaba luego una semana en que su
magia iba al doble de revoluciones. Ahora entendía porque, a pesar del
cansancio, se sintió tan feliz al volver con ella después de la gran
cena anual de magos de ese año. Ahora entendía qué había pasado todo
este tiempo con las calabazas màgicas.
Ahora temblaba, pero no de frío. Tampoco de miedo, aunque claro, a
saber qué pensaba la maga blanca de todo eso, con suerte se le habrían
acabado las calabazas (vaya empacho, veinte años de calabazas) quizás
ahora veía al mago azul marino con otros ojos y otro sentir, ultimamente
estaban muy próximos y por fuerza ella tenía que verle de una manera
más..., mágica.
Entonces el mago azul marino envió un mensaje a la maga blanca. No,
nada de palomas mensajeras, eran magos pero contaban con las mejores
técnicas, así que lo envió por telégrafo y, para hacerlo corto, escribió
solo: "No más calabazas, amore".
El resto de la historia no es para ser contado..., solo deciros que
antes de enviar el mensaje el mago azul marino hizo un conjuro por el
cual desaparecieron todas las calabazas de la galaxia, por si acaso.
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