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viernes, 14 de diciembre de 2012

La realidad y Eduardo

Primero vivir, después podrás escribir. Antes de componer, mucho debes leer. Para redactar, necesario es documentar. Antes de inventar, la realidad debes tratar.

Eduardo tenía la teoría clara, después de que todos en el taller de escritura le repitiesen casi cada día lo mismo, era como un mantra, que a veces se hacía un poco pesado. Pero Eduardo tenía ganas de aprender, así que hacía caso de lo que le aconsejaban.

Cuando se trató de escribir un relato de amor no correspondido, Eduardo tuvo cierta vergüenza en mostrar su más profundo dolor por la pérdida de la que él creyó su alma gemela, "the one" como se decía en las series y las películas. Pero el relato fue aclamado por la gran mayoría, alguna chica incluso le dijo que se había emocionado al leerlo. Repetición de adjetivos y su común error con la falta de acentos, pero poco más en las críticas.

Cuando el siguiente ejercicio obligó a relatar, en primera persona, un dia normal de alguien del sexo opuesto, Eduardo echó mano de su mal llamado "lado femenino" y le dió la vuelta al argumento mostrando a una chica que escribía en su diario lo difícil que le resultaba entender a los chicos y lo curioso de que le pusieran tan nerviosa y a la vez le atrajesen tanto. Esa forma de replantear el objetivo del relato tuvo una extraña acogida, a casi todas las chicas les encantó, y casi todos los chicos le dijeron que había hecho trampas.

Cuando, esa tarde de sábado, el profesor del taller les explicó el tema del siguiente ejercicio, Eduardo puso mala cara. Tenian que escribir sobre un asesinato, desde el punto de vista del asesino.

Hasta entonces todo le había ido de perlas porque Eduardo era un escritor realista, que daba forma a sus historias sacando punta a su propia vida, a sus sueños, a sus desvelos, a sus terrores, en definitiva, sus relatos eran facetas de su propia identidad. Tanto era así, que nunca escribía sobre crímenes, y tampoco mataba a nadie en sus cuentos, como mucho hacía que algun personaje se suicidara, e incluso en ese caso notabas que el personaje representaba al propio Eduardo.  

La noche del sábado no pudo casi ni dormir preocupado por la ansiedad que le estaba generando lo del taller, cayó rendido en la madrugada del domingo pero le despertó el perro del vecino con sus ladridos, y se levantó con la cabeza embotada. Mientras desayunaba unas galletas y un café con leche bien cargado, se puso a ver una de las series que se había bajado de internet, una sobre un tipo de la policia de Miami que se dedicaba a eliminar a "los malos".

Entonces tuvo la gran inspiración, aquello que le permitiría cumplir con su obligación, el relato de un asesino. Podría continuar escribiendo como siempre, historias basadas en hechos reales, lo único que tenia que hacer era crear el perfil, elaborar el crimen en todo detalle, y finalmente dejar en el aire el desenlace, como un simple juego mental.

Pero todo debía hacerse lo más real posible, así que se puso manos a la obra. Primero encargó, llamando a la teletienda, uno de esos juegos de cuchillos japoneses cortalotodo. Luego contactó con un tipo de internet que vendía online pastillas de escopolamina, la broma le costó 70 dólares pero el objetivo de realismo de su relato bien los valía, Eduardo era un tipo muy minucioso. 

La compra de jeringuillas también fue fácil, incluso se permitió un bisturí, en realidad una caja de diez unidades por un precio de risa. Pero los guantes quirúrgicos le dieron más problemas de lo esperado, porque los necesitaba tricapa y sin polvo, eso de ser alérgico al látex era una putada. Aún recordaba cuando supo de esa alergia por primera vez, cuando aquella pelirroja, después de ponerlo a cien, intentó lo de "pónselo", nunca la tuvo tan grande y roja, nunca nada le dolió tanto.

El siguiente paso era elegir a su víctima. Para seguir con la idea del asesino justiciero tenía que elegir a un criminal, pero en ese instante la extraña personalidad de Eduardo hizo "click", y decidió que quien merecía morir era su ex, una zorra de mucho cuidado que le había quitado su casa, su coche, su perro, que incluso se quedó con sus palos de golf (solo por joder, porque no sabía ni coger bien el mango de la fregona). 

No le haría falta seguirla para conocer sus rutinas y decidir donde secuestrarla, era fácil, iba cada día a correr por el parque, pronto por la mañana, y le gustaba recorrer el sendero que se adentraba en la parte más llena de árboles y arbustos. Eduardo conocía incluso el sitio perfecto para asestarle con el bisturí y cortarle con los cuchillos japoneses, una zona tras unos matorrales que había sido donde de novios iban a darse el lote, liarse, morrearse, donde ella le hizo su primera mamada, cuando aún llevaba el corrector dental y no estaba de moda depilarse los bajos.

Eduardo estaba tan excitado y tan inspirado por lo que iba imaginando, que se puso a escribir a toda velocidad, la historia se desarrollaba a cámara rápida pero con todo el detalle posible, incluso la imaginó con su sexy cola de caballo, con su chandal azul, de mercadillo, que sin embargo parecia de marca, con sus zapatillas viejas y grises que un dia fueron blancas, con su aipod reproduciendo carros de fuego en bucle, y con esa eterna sonrisa de "soy mejor que tu", con esa dentadura perfecta, esos labios de pecado...

A la mañana siguiente se levantó tarde, bajó a por el kilo y medio de papel que era el periódico de los domingos, y se dispuso a leerlo con tranquilidad mientras desayunaba. Se saltó las páginas de política para evitar ponerse de mala leche al leer tanta estupidez en forma de declaraciones, y fue pasando las páginas con lentitud, leyendo los titulares, a veces el par de frases debajo de ellos, alguno de los párrafos de las noticias, buscando cosas que le parecieran interesantes, cuando menos diferentes.

El titular de la siguiente página le hizo echar por la nariz el café con leche, algo que hasta que no te pasa no crees posible ni sabes lo incómodo que es, y lo que duele si el puñetero café está casi hirviendo, que es como Eduardo lo tomaba.

Pero el dolor del café nasal no fue nada comparado con la sensación de frío glacial, se le congelaron hasta la pestañas al leer, en letras grandes y amenazantes: "Encuentran una mujer descuartizada en el parque". Debajo de esa frase ponia "El cuerpo tenía profundas marcas de bisturí y le habían cortado varios trozos de piernas y brazos". Eduardo leyó la noticia a toda prisa y en diagonal buscando y deseando no encontrar, y se quedó sin respiración al leer "la víctima ha sido identificada como Beatriz M. S., y la policía ya tiene una pista sobre el autor de tal atrocidad".

Mientras leía esa frase, atónito ante lo que estaba pasando, sonó el timbre de la entrada, con una llamada insistente y repetida. Después se oyó como alguien gritaba, "¡Eduardo Gomez! ¡Policía! ¡Abra la puerta, sabemos que está en casa!"

Cuando por fin derribaron la puerta, encontraron a Eduardo catatónico, con una mano en la taza de café con leche, y la otra encima del periódico. Cuando registraron la casa encontraron, en uno de los armarios, una bolsa de deporte, y dentro de ella, envuelto en lona verde, un juego de cuchillos japoneses, uno de ellos sucio de tierra y sangre.

Dicen que la realidad supera a la ficción. A veces la realidad y la ficción se dan la mano..., y puede suceder casi cualquier cosa.


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