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miércoles, 27 de octubre de 2010

Panta Rei

Tengo un amigo que se ha refundado. Eso es lo que él dice y repite cienes de veces, y yo sigo sin ver qué quiere decir.

Tengo un amigo que se ha refundado. Según él, ha dejado de preocuparse por las cosas, nada le molesta, todo fluye.

Hace unas semanas nos comentó que ha llegado a tal nivel de equilibrio con el universo que incluso tiene agradables conversaciones con un ficus que tiene a la entrada de su casa. Sí..., habeis leído bien, con un ficus...

Días después, en un arranque de comunicación sin límites (estar refundado parece que influye en estas cosas), nos confesó que había mantenido una profunda discusión filosófica sobre el orígen del universo..., con una reluciente y metalizada grapadora que tiene en la mesa de su despacho!

Puede pareceros extravagante, tal vez una "boutade", otros amigos quizás lo habrían ingresado de urgencia antes de que se encontrase con Harvey (ya sabeis, el famoso conejo gigante), pero nosotros lo conocemos muy bien y sabemos que todo lo que nos cuenta, aunque sorprendente, es totalmente cierto.

Lo que no nos ha dicho es si, aparte de comprender a ficus y grapadoras, ahora se entiende con familiares y conocidos, aunque yo creo que incluso con la refundación hay cosas imposibles en este universo.

Tal vez influenciado por su proselitismo, el otro día estaba en el supermercado, cuando de repente me quedé solo y en silencio entre los lineales, y acabé por escuchar voces desde la zona de bollería, junto a las rosquillas de chocolate en oferta 7+2 (es un relato sin publicidad), aunque salí corriendo antes de comprobar mis sospechas sobre su origen.

Seguramente fueron imaginaciones mías..., excepto que esto de la refundación sea contagioso..., y mientras sean ficus o grapadoras, o incluso rosquillas, la cosa tiene un pase, pero como se me aparezca Harvey me voy a quedar tieso del susto.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La migraña y yo, amigos de toda la vida


Te levantas de la siesta embotado, con los ojos medio cerrados y la boca apretada, en conjunto una cara de mala leche impresionante. De normal no eres ningun Adonis, pero ahora mismo asustarías al mismo diablo.

La tarde es triste, oscura por las nubes, y la lluvia duele en tu cerebro, ploc-ploc-ploc, como si las gotas cayeran en tu cabeza de golpe, haciendo un agujero, penetrando en tu cerebro.

Pero no es solo la lluvia, de repente eres dolorosamente consciente de todo a tu alrededor, oyes el ensordecedor tic-tac del reloj de la cocina, el frenético zumbido de la vieja nevera, el continuo brrrrrr del motor del ventilador, el quejido del sofa al moverte, y a los perros ladrando uno tras otro como si estuvieran charlando y a los críos llorando y de golpe todo el mundo se ha puesto a hacer ruido a la vez y eso te está matando.

Cada sonido es un cuchillo que se mete por tus cejas, hasta el fondo, y por mucho que presiones no hay manera, quisieras abrirte el cerebro a ver si asi lo consigues, pero no hay manera, te aprietas las sienes, te das masajes en el cuero cabelludo, con fuerza, con mucha fuerza, pero nada, y luego te golpeas en algunas zonas a ver si asi..., pero tampoco consigues nada. Y mientras tanto todo el mundo sale de casa y cierra la puerta de golpe, o vuelve a casa y cierra la puerta de golpe, o va al baño y tira de la cadena, o arrastra la puñetera silla para sentarse o levantarse, todo el mundo hace ruido, todo el mundo, parad ya con el ruido!!!

Mientras el mundo se ha compinchado en ser escandaloso, cualquier luz te molesta, pero eso ya es lo de menos, lo peor es que sientes cada uno de los pelos de los brazos, y sientes los brazos flotar, y en el estómago danzan los jugos gástricos cual mariposas enloquecidas, y te duele hasta el pensar, y ya notas que el pensar se vuelve torpe, desaliñado, desacompasado..., que tus pensamientos derivan a saltos desde el mismo dolor hasta elucubraciones ilógicas, pensamientos que de golpe se paran, como si te faltase la electricidad, te quedas quieto, como apagado, y luego de golpe todo sigue, con algunos pensamientos que claramente son de tu lado oscuro, alguno de ellos muy oscuro, casi como si hubieran abierto el manicomio interno y dejado salir a todos los pacientes, alguno muy viejo, alguno muy excentrico, alguno peligroso.

Te encuentras incluso pensando en que alguien se cargue al puñetero perro que ladra, o la rabia te invade con las vecinas que andan con tacones por su casa, punta-tacón, punta-tacón, y les envías un negro deseo de que se tropiecen con algo a ver si asi se quedan quietas..., y te pones una gorra bien ajustada a ver si así, presionando la frente, se reduce el dolor, pero no hay manera, y aunque te tomes la medicacion parece que esta vez no te va a servir de mucho, vas a tener que apechugar con las horas que haga falta para que esto se vaya.

Te preguntas si alguna vez dejarás de tener estos puñeteros ataques, que te dijeron que después de los 40 desaparecian..., y una leche!!!, quizás son menos frecuentes que cuando adolescente pero siguen siendo una mierda incapacitante. Te duele todo y no sabes como ponerte para que no duela, y malo si mantienes los ojos abiertos por el dolor hiriente de la luz, pero malo si los cierras por el caos de las puñeteras lucecitas que dan vueltas y cambian de color, del amarillo tan intenso que duele hasta el azul, puntitos y puntitos que aparecen, se intensifican, cambian de color, y dan vueltas, y te mareas, y vuelta a empezar...

En lo más álgido de esos ataques, eres dolorosamente consciente de que tus facultades no están nada bien, todo tu organismo tiene una juerga de hormonas y enzimas y neurotransmisores y queseyo, toda una montaña rusa de desequilibrios. En esos momentos, sientes que casi podrías hacer daño a quien hiciese un ruido excesivo, una llamada de telefono, el timbre de casa, dejar caer las llaves al suelo, gritarte..., ay!, si alguien te grita en ese momento tu lado oscuro podría salir de paseo y de golpe convertirte en un maníaco homicida, cualquier cosa por el silencio inmediato, sin pensar en las consecuencias.

domingo, 21 de febrero de 2010

A veces se sueña y se olvida, otras no


Te encuentras caminando por un paisaje húmedo y verde, contrapunto de un fondo azul lleno de irregulares figuras de un blanco algo sucio.

No sabes muy bien donde estás, ni de donde vienes, ni nada de nada. Llevas en tu mano un grueso libro, una novela sobre la vida en una ciudad en un delta, donde aparece descrita la vida de una familia y su lucha por sobrevivir, que consigue disponer de agua en su terreno gracias a un pozo que conecta con el delta.

Entras en una ciudad, caminas por calles torcidas y estrechas. Llegas a una plaza, la misma plaza que describe el libro que llevas en la mano. Escondes la portada del libro para no parecer un turista guiado únicamente por el reclamo de lo que describe la novela de turno. Eres un forastero en esa ciudad, pero nadie se fija en ti, como si no estuvieras.

Desconcertado por encontrarte donde la historia de la novela tiene lugar, sin saber como has llegado, te diriges a la salida de la ciudad. En el trayecto, a pesar de saber que estas en Estados Unidos, te cruzas con una niña que juega y habla consigo misma en catalán.

Sigues por el camino de tierra y yerba, a pie pero casi escalando, como si tuviera que costar irse de alli y te encuentras con un grupo de gente que parece seguir el mismo camino, parecen unos estudiantes..., todos ellos hablando en catalán.

Acabas yendo con ellos a un bar, no sabes bien donde, en la salida de la ciudad, o de vuelta a la misma, o no se sabe bien donde. Comentan contigo ser descendientes de quienes emigraron, aunque no queda claro cuando fue eso, ni entran en detalles ni tu preguntas. Pero queda claro que no hay forma de volver por mucho que quisieran, como si no existiese un lugar donde volver.

Al final te despiertas con una extraña sensación, la de conocer aquel lugar, casi estás seguro de que está en New Orleans, pero no sabes bien el motivo de pensar eso, o si algo te ha hecho pensar en ello.

Mientras te preparas para salir de casa piensas que, como muchas otras veces, ese extraño sueño no se quedará más que unos pocos minutos, y finalmente desaparecerá, deshilachado por el viento de la realidad.

Por la noche, sin embargo, algo te impele a intentar ponerlo por escrito, aunque estás seguro de que muchos de los detalles se habrán ido, incluso es posible que a medida que escribas tu imaginación coja aguja e hilo para darle un pespunte a algo que sino puede quedar un poco deslavazado e inconexo.